miércoles, 17 de abril de 2013

Once del cuatro del 13



Es posible hacer varias lecturas de lo sucedido el 11 de abril en Alajuela. Unas más narrativas y denunciantes, y otras más inclinadas hacia el análisis de lo ocurrido dentro de la evolución política del país. Resumo esto último con una pregunta: ¿lo que pasó en Alajuela muestra con claridad, incluso espacialmente, la ruptura existente entre ciudadanía, gobernantes y políticos?

Escuchando y leyendo los comentarios de personas entrevistadas por los medios, así como las acotaciones hechas por los mismos periodistas, salta un común denominador: el señalamiento y la queja de la división tajante de lo que antes estaba reunido. Hasta ese día la celebración de la hazaña de Santamaría congregaba en un solo espacio a todos y todas. El 11 del cuatro del 13 aparentemente separó a unos y otros. Por un lado, la presidenta Chinchilla, sus ministros e invitados, aislados por vallas y retenes policiales, frente a niños y niñas de preescolar, que no atendían a los discursos ni entendían lo que pasaba; por el otro, ciudadanos y ciudadanas de a pie, muchos en actitud de protesta por la concesión de la carretera a San Ramón, y otros que simplemente no entendían el motivo de la segregación, pero que terminaron tan indignados como los que protestaban.

Pero no se trata de una separación accidental, producto del momento. Es una representación vívida de la división que se ha venido asentando en el país desde finales del siglo veinte, que ha sido observada a lo largo de todos estos años en movimientos como el “combo del ICE” y el referéndum de 2007 sobre el TLC, que ahora parece estar llegando a un punto determinante. Una división que se niega reconocer la mayoría de la “clase política”, haciendo lo del avestruz o tirando la pelota hacia adelante. Una división agravada por la “mesa servida” que dejó Oscar Arias, que solamente ha alimentado a unos pocos e insaciables comensales, y por los desaciertos y la corrupción que parece se ha establecido en todo lo que toca el actual gobierno.

Se equivocan quienes piensan que se trata solamente de minorías vociferantes. También quienes piensan que todo se resuelve con las elecciones de 2014 y un nuevo gobierno. El origen del malestar es más profundo y no se contiene con vallas, que son saltables, ni con represión. El descontento es más generalizado de lo que se cree y podría volverse incontrolable, si no se hace un esfuerzo nacional, más allá de los partidos, por recuperar lo que es posible y cambiar lo que sea necesario.

No sé si es dable restaurar todo lo dañado. En todo caso es imposible hacerlo dentro de los límites de este gobierno, sobre todo porque la presidenta Chinchilla lamentablemente se ha convertido en digna representante de esa “clase política” ensimismada, incapaz de leer los signos de los tiempos, que no escucha y que no es capaz de dar respuestas políticas apropiadas a los problemas que enfrentamos como conjunto.

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