martes, 28 de febrero de 2012

Grandes y pequeñas protestas

Nos hemos acostumbrado a la “teatralización” de las noticias, es decir, a la información que va acompañada de imágenes que no solamente la ilustran, sino que agregan otros elementos destinados a aumentar el dramatismo o influir en la interpretación o en el ánimo de quienes ven telediarios, escuchan la radio o leen un periódico. Donde más se puede observar esta “teatralización” es en las noticias sobre accidentes, crímenes y escándalos de todo tipo.

Hay sucesos y acontecimientos de la vida diaria que no se prestan para este manejo, y por esa razón no son objeto de la atención de los grandes medios. Muchas veces escuchamos decir que lo que no está en los medios no existe. Por supuesto que se trata de una exageración, pero es cierto que al ser ignorados por aquellos, acontecimientos de carácter local o de zonas alejadas no llegan a ser conocidos por el grueso de la ciudadanía, que termina con una imagen del país que solamente en parte corresponde a la realidad nacional.

Nos damos cuenta del descontento de ciertos sectores solamente cuando se convierte en noticia. Es decir, cuando la gente cierra una calle, realiza una marcha de cierta consideración o toma una oficina pública. Antes de eso no existe para el conjunto de la sociedad. Y la vida cotidiana está llena de descontentos, demandas y protestas que no llegan a ser noticia y que, en muchos casos por esa razón, no son objeto de atención por parte de jerarcas y autoridades. Hasta que no se arma el “tanate” no se presta atención.

Me pregunto qué hubiera pasado si la marcha de los empleados públicos del 15 de febrero hubiera sido un fracaso. Seguramente la Presidenta no se hubiera sentado a conversar con los dirigentes sindicales para buscar un acuerdo. Hubo que hacer esa gran movilización y ese enorme gasto de recursos y energías para forzar la negociación.

Son muchas las críticas que se hacen a las protestas públicas, porque el cierre de calles y la toma de instituciones incomodan, pero a veces no queda más remedio que hacerlo. Se va a la calle porque no hay otra posibilidad de ser escuchados. Y parece que muchos sectores sociales han aprendido la lección. Un día son los empleados públicos, otro los 300 niños de la Escuela Maternal Montessoriana, que no disponen de adecuados servicios sanitarios, o los habitantes del Territorio Indígena Térraba, que exigen que los nombramientos de docentes y administrativos en escuelas y en el Liceo Académico se rijan por lo que estipula el Convenio 169 de la OIT y la Resolución de la Asamblea de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. Otros han gozado de escasa divulgación, como la huelga bananera que mantuvieron obreros agrícolas en Sixaola en noviembre pasado, muchos de ellos pertenecientes a la etnia Ngöbe.

Todos ellos pudieron resolverse antes de llegar a las acciones conocidas. ¿Por qué no se dio respuesta oportuna?

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