lunes, 3 de noviembre de 2014

A la altura


Ante la ausencia de estudios concluyentes sobre las motivaciones profundas del comportamiento ciudadano durante el proceso electoral pasado, tenemos que movernos todavía en el campo de las hipótesis. No en el de ideas descabelladas o antojadizas sobre lo sucedido, porque algunas de las encuestas realizadas entre febrero y abril, arrojan información útil y no pocas pistas a seguir por estudios detallados. En particular han sido muy útiles las encuestas telefónicas realizadas por el Centro de Investigaciones y Estudios Políticos, de la Universidad de Costa Rica.

Sigue dando vuelta la hipótesis de una transformación en la forma de relacionarse ciudadanas y ciudadanos con partidos políticos, con los políticos y con la institucionalidad pública. Un cambio que va más allá del apoyo masivo que recibió Luis Guillermo Solís en la cita del 6 de abril y del mayor o menor caudal político que disponga ahora, casi seis meses después del inicio de su gobierno. Porque no es solamente un cambio momentáneo en las preferencias partidarias, originado en el pésimo desempeño del candidato del PLN, que podría revertirse fácilmente en las próximas elecciones, como ocurría en el pasado, en los tiempos del bipartidismo. Quienes así están pensando han quedado atorados en las redes de otras épocas.

Si la hipótesis de un cambio en la cultura política se mantiene y llega a probarse, estaríamos frente a un ejercicio de la ciudadanía diferente, más informado, más activo, menos comprometido con divisas partidarias y herencias del pasado, con demandas claras en torno al eficiente funcionamiento de las instituciones, de responsabilidad de los políticos, de transparencia en el ejercicio de la función pública y de compromiso en el combate frontal a la corrupción. Una ciudadanía difícil de movilizar con los discursos retóricos y vacíos del pasado que, sin embargo, algunos todavía siguen repitiendo en la Asamblea Legislativa.

Con ese escenario de fondo lo deseable sería un "aggiornamento" de la clase política, es decir una  renovación de cuadros y perspectivas dentro de todos los actores que se mueven en el espacio político, incluyendo organizaciones gremiales y empresariales. Me temo que eso no está ocurriendo,   y que la mayoría de dichos actores sigue sin comprender que la historia varió y que las exigencias del presente no pueden satisfacerse con viejas fórmulas. Atrapados en la coyuntura, en lo que hace o no hace el gobierno y en cómo resguardar los intereses particulares, se pierde de vista la nueva realidad social y política que se está conformando. En suma, no están a la altura de los acontecimientos.


Nada mal les haría lanzar miradas hacia el sur del continente, donde se han electo y reelecto gobiernos que buscan armonizar los mercados con estados reconstituidos y nuevas políticas en el plano social, en lo que se ha dado en llamar sociedades postneoliberales. Pero explicar sus alcances será tema de otro comentario.

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