martes, 15 de octubre de 2013

Entre bastidores



Los sucesos de la última semana ocurridos en las tiendas del PUSC deberían servir para afinar nuestras antenas, y para asumir una actitud de mayor exigencia a políticas y políticos, en cuanto a transparencia, honestidad y responsabilidad se refiere.

La opacidad es una característica que la política comparte con la mayoría de los hechos sociales.  Una cosa es lo que observamos y lo que dicen las y los políticos sobre sus acciones, y otra cosa es la realidad.  Benjamín Disraeli, quien fuera primer ministro inglés en el siglo XIX, alguna vez dijo que la política era "el arte de gobernar a la humanidad mediante el engaño".  Con lo cual quería decir que mucho de lo que nos presenta como la realidad de las cosas, es ciertamente una construcción, donde verdad y mentira se mezclan en proporciones diversas.

La ciudadanía mira el espectáculo de la política desde los asientos de la platea, los palcos y la galería, pero solamente ve lo que se muestra y no lo que hay detrás.  Raramente tenemos acceso a la parte de atrás del escenario, donde ocurren muchas otras cosas más.  Para empezar, hay mucha gente oculta, que realiza tareas que son necesarias para que la obra que se representa se desarrolle sin contratiempos.  Hay un guión que alguien escribió y que debe seguirse; unos decorados que a veces deben cambiarse con rapidez; unas luces que deben prenderse, apagarse o cambiar de intensidad en el momento adecuado; una salida y entrada de actores en los tiempos señalados, y muchas otras tareas más.  Una cadena de mando se encarga que el conjunto funcione coherentemente y de minimizar los contratiempos que puedan ocurrir, incluyendo los conflictos entre actores y demás personal.  El público no debe enterarse de lo que sucede entre bambalinas.

A veces, sin embargo, parte o toda la fachada del escenario se cae, y lo que pasa detrás queda a la vista de todas y todos los espectadores.  Algo así ha sucedido con las renuncias y los regresos, las acusaciones, las carreras, las contradicciones, los intentos de aclaración y las contraacusaciones, que representaron el ex candidato Hernández y la principal dirigencia del PUSC.  La ficción creada en torno a esa candidatura se cayó y ante los ojos de los espectadores se mostró la realidad del juego político presente en ese partido:  las luchas de poder, las mezquindades, las ingenuidades, los chanchullos y las ambiciones personales de quienes decían luchar por el país y por el bien de la mayoría de sus habitantes.

No digo que en los otros partidos suceda lo mismo, que no hay cara en que persignarse y que lo mejor es alejarse de la política.  Esas son decisiones que atañen al ámbito de lo privado.  Pero retirarse del espacio de la política entraña un peligro:  que otras personas decidan por quienes se quedan fuera y lo hagan mal.

Urge poblar con nueva gente el territorio de la política, y, por supuesto, dejar de tragar cuento tan fácilmente.

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