martes, 17 de julio de 2012

Criticar: ¿para qué?


Max Weber, el gran sociólogo alemán de principios del siglo pasado, decía que había dos categorías de políticos: los que viven para la política y los que viven de la política. Para los primeros, el ejercicio de cargos da sentido a su vida en la medida que intentan por esa vía conseguir objetivos que van más allá del puro interés personal. Es decir, que usan el poder para empujar propuestas o proyectos dentro de una cierta visión de lo que debe ser la sociedad y su gobierno.

Para los segundos, los que viven de la política, el desempeño de cargos es su fuente de ingresos y prestigio, razones por las cuales están dispuestos a modificar su pensamiento y ajustar sus servicios cuantas veces sea necesario, con tal de complacer al gobernante de turno y seguir disfrutando de cargos y prebendas. Nuestro medio está plagado de este tipo de políticos y políticas, mientras que los del primer grupo son escasos.

Esto no quiere decir que los del primer grupo sean una especie de ángeles del cielo, porque como lo señalaba el mismo Weber, detrás de las mejores intenciones políticas, de los mejores proyectos de bienestar colectivo, siempre hay un deseo íntimo de ejercer el poder y de deleitarse con sus símbolos y con sus ceremonias. Por esa razón es que el desempeño de cargos va generalmente acompañado de la exigencia de respeto, y a veces hasta de sumisión, para quienes los desempeñan, que dejan de ser ciudadanos y ciudadanas comunes y silvestres, para convertirse aparentemente en personas de otra categoría.

Su piel se vuelve entonces muy sensible, no únicamente al sol, sino a la crítica que empieza a ser vista, no solo como molesta e innecesaria, sino también como obstruccionista y en algunos casos hasta sediciosa y antipatriótica. Se busca entonces deslegitimarla recurriendo a todo tipo de argumentos, incluyendo legislaciones y prohibiciones con tal de acallarlas. Son muy pocos las y los políticos que aceptan de buena manera la crítica, sin importar su fuente, porque generalmente lo que les gusta es recibir los halagos y las alabanzas de quienes solo eso saben hacer. Porque una cosa es decirse demócrata y otra es serlo en realidad.

Vista como parte de la vida en democracia, la crítica tiene una función fundamental, porque no solamente sirve para señalar excesos y errores, sino que ayuda a la ciudadanía a mirar la realidad política y social desde varios puntos de vista, y a quienes gobiernan, a contemplarse en diferentes espejos, que arrojan imágenes de esa realidad que muchas veces se pierde de vista. Imágenes que sirven para mirar por dónde se va, qué se busca y si los medios que se están usando son los apropiados. Una especie de sistema de luces amarillas y rojas útil para la peligrosa navegación política.

Contribuir al logro social de tales objetivos es lo que me mueve a escribir esta columna todas las semanas.

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