miércoles, 20 de junio de 2012

Quien no ha sido descalzo…


Un sentimiento de frustración recorre la nacionalidad. Frustración por la incapacidad gubernamental para tomar decisiones y ejecutarlas, por el despilfarro de la trocha, por la irresponsabilidad de funcionarios y diputados, por la falta de visión de los políticos, por la corrupción galopante y, en fin, porque nada o muy poco sale bien. Lamentablemente la trocha fronteriza se ha convertido en el símbolo de todo eso.

No son pocos los que sienten que este gobierno acabó, y que nada nuevo nos espera por ese lado en lo que resta del año y en 2013. Sensación a la que contribuye fuertemente el Partido Liberación Nacional, que en lugar de arremangarse y buscar cómo ayudarlo a salir del atolladero, está enfrascado en una prematura lucha de precandidaturas, con la vista puesta en las elecciones de 2014. Un círculo vicioso que se completará una vez entronizado Rodrigo Arias en la candidatura presidencial.

Pero también la oposición es culpable de este clima nacional, porque en sus tiendas no se observa ninguna señal positiva, indicadora de una alternativa a lo que tenemos. Partidos divididos y subdivididos, incapaces de comprender las señales de nuestro tiempo, sin perspectivas reales, enfrascados en estériles luchas por el poder, no están preparados para presentar una propuesta capaz de movilizar al grueso del electorado que hoy dice carecer de partido.

Ante esa situación han salido voces nada despreciables, a sugerir la conformación de una especie de junta de salvación nacional, que en un cierto plazo ponga orden y concierto en el gobierno y en el conjunto de instituciones públicas, y que, una vez concluida su tarea, llame a elecciones para restablecer un régimen democrático renovado. No dicen nada sobre el procedimiento de integración de la junta, sobre sus funciones reales, ni sobre las bases del poder que le permitirían hacer cambios radicales. Porque se trataría de un rompimiento del orden democrático y del establecimiento de un gobierno de facto que, por más blando que llegara a serlo, sería ni más ni menos una dictadura.

No se dan cuenta quienes acarician tal idea, quizás con las mejores intenciones, que de tal experimento podría salir algo mucho peor que lo que tenemos y con un enorme sufrimiento social, incluyendo la posibilidad de violencia estatal desatada con su legado de tortura y muerte. Ninguna dictadura es cosa de juego. Una vez establecida adquiere su propio perfil, intereses y dinámica, dejando atrás los supuestos objetivos originales de bienestar general. El camino al infierno está lleno de buenas intenciones.

Seguramente las personas que conviven con nosotros, provenientes de países de América Latina que pasaron por períodos dictatoriales, nos deben mirar con una mezcla de misericordia y enojo por la insensatez de pensar en tales salidas.

Los problemas de la democracia solo se resuelven en democracia. Pero por hoy tenemos que parar; otro día seguiremos con este tema.

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