martes, 10 de abril de 2012

¡La felicidad, ja, ja, ja, ja!



El estribillo de una vieja canción de Palito Ortega me viene a la memoria cuando oigo hablar de ese cuento del país más feliz del mundo.

Es que acríticamente políticos y medios de comunicación le han dado amplia divulgación a los resultados del informe denominado “The Happy Planet”, que nos coloca en el primer lugar, entre 143 países, ignorando otros estudios que andan por ahí intentando dar cuenta de algo tan subjetivo como la felicidad. Lo cierto es que, como lo indica su autor, el psicólogo Saamah Abdalla, en entrevista para la BBC, el título del informe resulta engañoso, porque “No estamos diciendo que la gente que vive en estos países es la más feliz del mundo. Lo que hace el índice es medir la eficiencia ecológica que permitiría tener vidas prolongadas y felices para todos los ciudadanos”.

O sea, que lo que se mide es la posibilidad de ser felices. Podríamos serlo, pero, ¿lo somos? Seguramente algunas personas, incluso muchas, lo son, pero no se vale generalizar y afirmar, con la combinación de solamente tres instrumentos, uno de ellos una encuesta de opinión, que somos como país, el más feliz del mundo. Tenemos muchos problemas que resolver antes de alcanzar un estado generalizado de felicidad para toda la población. Así que andar navegando por el mundo con esa banderita tiene sus riesgos, pues la realidad se encarga de mostrarnos caras ciertamente no felices.

Así pasó la semana anterior, pues mientras la Presidenta y su comitiva intercambiaban notas en New York con el Primer Ministro de Bután sobre países felices, acá tres importantes funcionarios del gobierno, que han estado empujando una reforma tributaria que no hace precisamente feliz a la mayoría, abandonaron obligados sus cargos por esa falta de congruencia entre el dicho y el hecho que padece nuestra clase política. No fue una semana feliz para el gobierno.

Dicho sea de paso, Bután ha venido desarrollando un Índice de Felicidad Interna Bruta, con 73 variables que intentan medir el bienestar y la satisfacción con la vida de los habitantes de ese reino del centro de Asia. Sería interesante seguir su ejemplo, así saldríamos de dudas.

Como lo he señalado otras veces, lo que ocurre es que tendemos a mirar el país desde nuestra particular realidad, generalizando, sin interrogarnos sobre la diversidad de situaciones que conforman nuestra realidad social. Así como desde la altura de un monte todo se mira verde, también desde la altura del poder político y económico las diferencias se borran y se corre el riesgo de terminar mirando todo color de rosa. La soledad del poder produce distorsiones que muchas veces hacen perder pie a quienes ejercen cargos públicos.

¿Será eso lo que les ha pasado a los diputados autores del proyecto de ley para otorgar inmunidad permanente a los altos funcionarios públicos, o al Presidente de la Corte con su insistencia en un viaje a China, acompañado de los presidentes de las diferentes salas?

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