martes, 2 de julio de 2013

¡No sabemos que pretenden!



Eso dijo el ministro de comunicación, Carlos Roverssi, refiriéndose a las protestas callejeras realizadas en San José y otras ciudades el pasado 25 de junio.  Por su parte, el Ministro de Trabajo se quitó de un capotazo cualquier responsabilidad de encima, alegando que no había demandas que tocaran su Ministerio.  El ministro de la Presidencia, Carlos Ricardo Benavides, indicó que entendían que uno de los reclamos era por el veto al Código Procesal Laboral, porque el gobierno insiste en eliminar las huelgas en los servicios públicos esenciales.

Respuestas todas inadecuadas, que contrastan con los ofrecimientos de apertura y diálogo hechos por la presidenta Chinchilla en su informe a la Asamblea Legislativa del 1 de mayo anterior.  En lugar de hacer buenos esos ofrecimientos, los ministros se han dado el lujo de torear a la mayoría descontenta, hoy desarticulada, ciertamente, pero que mañana podría encontrar un cauce adecuado por donde fluyan el malestar y las frustraciones, colocando al gobierno en una situación más difícil de la que ya tiene.

No hay que ser muy sabido para entender que la protesta, más allá del abanico de demandas, expresa un clima de hartazgo generalizado con el gobierno, con la ineficiencia de las instituciones, con la corrupción y con el desempeño de partidos y políticos.  La mayoría de la gente no entiende por qué las cosas no funcionan como deberían hacerlo; por qué el puente de la platina no termina de arreglarse; por qué persisten las filas en la consulta externa de la Caja; por qué hay que esperarse meses para una cita especializada o una operación; por qué tenemos que sospechar que el “chorizo” está detrás de la mayoría de propuestas de obras que se hacen; por qué las presas son cada día mayores; por qué no encuentra empleo decente; en fin, por qué tanta chapucería y cinismo. 

Independientemente de si las manifestaciones del martes 25 de junio fueron un éxito o un fracaso, el hecho es que el descontento existe y no se puede borrar, como a algunos les gustaría.  Ciertamente, hubo múltiples demandas sin que se observara un hilo conductor, ni un liderazgo definido, pero no se puede ignorar que hubo cerca de treinta puntos de manifestación en todo el país, algunos muy concurridos.  No se llenó la avenida segunda, pero no era lo que se buscaba.

A la protesta ciudadana no se le pueden programar las fechas de articulación, de conformación de un liderazgo y de manifestación.  Es algo que tiene su dinámica propia, con sus alzas y sus bajas.  Puede ser que dentro de un mes no quede rastro de lo ocurrido el 25 de junio, o puede ser que en agosto la protesta desborde las calles.  El que ocurra una u otra cosa no depende de los deseos de este columnista ni de los de la señora y los señores de Casa Presidencial.

Además, en un país desarticulado, con gobierno, partidos y políticos en la lona, pedir congruencia a quienes protestan me parece un desaguisado.

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