martes, 22 de enero de 2013

La necesaria competencia

Como la carrera entre precandidatos del PLN acabó antes de llegar a la convención, no son pocas las personas que consideran que Johnny Araya tiene el gane en el bolsillo. Se basan en el hecho que no hay en la oposición un partido capaz de disputar en solitario el posible, aunque no seguro, triunfo de Araya, y porque las conversaciones para formar una coalición opositora no arrojan todavía resultados positivos.

Si las condiciones actuales no cambian, es posible que esas suposiciones se conviertan en realidades. Si así fuera, pasaríamos a ser una especie de observadores pasivos de una campaña política de carácter ritual, donde se sabría el desenlace de antemano. La incertidumbre en los resultados característica de los procesos democráticos desaparecería y las consecuencias de tal hecho para el desarrollo político costarricense serían sumamente negativas.

Los procesos electorales en las democracias representativas sirven para que la ciudadanía periódicamente, mediante el voto, elija o reelija a las personas que ocuparán las cúspides del poder político, y a quienes les representarán en el parlamento o asamblea legislativa, por un determinado número de años. Se supone que es un proceso de selección de las personas más calificadas para ocupar el cargo; aunque sabemos que ese requisito no se cumple buena parte de las veces. No son pocos los incompetentes, charlatanes y corruptos de todo tipo que se cuelan, desgraciadamente cada vez con mayor frecuencia.

Son procesos que implican competencia entre personas y grupos, generalmente organizados en partidos políticos. La competencia es entonces un aspecto esencial en las democracias. Me refiero a la competencia abierta, aceptando que casi nunca es totalmente transparente y que conlleva, por tanto, algún grado de oscuridad. Porque la ciudadanía vota muchas veces por candidaturas armadas y sostenidas a sus espaldas, por grupos de poder político o económico cuyas miras no son precisamente el bienestar general.

Pese a lo dicho, no es posible que asistamos impasibles a un proceso electoral sin competencia. Sobre todo porque el posible ganador, en el mejor de los casos, lo que hará es dar continuidad a un proyecto político gastado, acomodado a un planteamiento económico que nos hace muy vulnerables en las actuales condiciones de crisis planetaria, y con un alto componente de corrupción.

Pero como no se trata solamente de combatir por combatir, si se llegara a ensamblar una coalición opositora, encabezada por un candidato capaz de movilizar las actuales fuerzas dispersas, tendría que dejar muy claro cuáles serían las diferencias principales con el liberacionismo. Aunque quizás sea suficiente con asegurar una especie de gobierno de transición -honesto eso sí-, que permita soltar amarras de los liderazgos y partidos del pasado, y agilice la floración de los nuevos que están en gestación.

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