martes, 4 de octubre de 2011

Por una reforma tributaria justa

Dicen que para hablar y comer pescado hay que tener mucho cuidado, sobre todo, creo yo, cuando se opina sobre impuestos. Las instituciones del Estado no funcionan sin el combustible de los impuestos. Si se quiere mejores calles y carreteras, buena educación pública y servicios de salud de calidad, hay que pagar impuestos. Solo los loquitos del Tea Party de los Estados Unidos y sus imitadores locales postulan cero impuestos o muy bajos, sobre todo para el gran capital. Hay que evitar seguir tales ejemplos.

Como en Costa Rica la distribución de la riqueza no es igualitaria sino todo lo contrario, nadie en su sano juicio puede pretender que todos paguemos por igual. Un principio de justicia distributiva es que quienes más ingresos reciben, o más ganancias obtienen, contribuyan mayormente a los gastos del gobierno. Por eso los impuestos deben ser principalmente directos y escalonados, de manera tal que se acerquen al cumplimiento del principio.

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Los impuestos indirectos, que nos cobran al comprar o consumir bienes y servicios, afectan a los grupos sociales que reciben ingresos modestos por concepto de salarios o actividades propias. Los impuestos al consumo tienen ese problema, a pesar de las exenciones que se hacen de grupos de alimentos y de bienes y servicios de primera necesidad.

Otro principio fundamental es que el grueso de los impuestos recaudados se dedique a inversión pública. Por supuesto que hay que pagar administradores, técnicos y personal diverso, pero los salarios deberían ser un porcentaje minoritario de lo recaudado. El problema es que en este país las instituciones del Estado siguen siendo proveedoras de empleo, ante las insuficiencias de inversión y desarrollo del sector privado.

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¿Pero adónde quiero ir? Bueno, a respaldar una reforma tributaria que sea justa, es decir, que no se haga a costillas de las personas y familias de medios y bajos ingresos, como ha sido la tónica de los llamados “paquetazos fiscales”. Estoy convencido que con el nivel de recaudación actual poco se puede hacer. Hay que mejorar la recaudación, pero aún así una reforma tributaria justa se necesita. También estoy convencido que deben hacerse otras cosas paralelamente, como mejorar la eficiencia de las instituciones, combatir la corrupción en todos los niveles, mejorar la recaudación de impuestos y luchar ferozmente contra el fraude y la evasión.

Tiene la palabra la Asamblea Legislativa. Pero no seamos ingenuos: lo que de ahí salga en mucho dependerá del juego entre fuerzas económicas y políticas, de las influencias que tengan en los partidos representados en ese cuerpo y del clima de opinión favorable o desfavorable que logren crear a través de los medios de comunicación. Mucha atención, porque si bajamos la guardia podríamos encontrarnos con la desagradable sorpresa de otro paquetazo fiscal.

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