martes, 5 de abril de 2011

El síndrome de la platina

Pasado el alboroto del Estadio Nacional -los españoles dirían el follón- con el chasco de Messi incluido, volvemos a la dura realidad. Los cierres nocturnos en el puente de la platina; los “rollos” de la carretera a Caldera; Rodrigo Arias, las llamadas telefónicas y las consultorías del BCIE; los diputados de pensamiento medioeval imponiéndose y obstaculizando un proyecto de fecundación in vitro que no atente contra la vida de las mujeres y, por supuesto, la discusión acerca de la Caja y la salud de las mayorías del país.

Más que el moderno estadio, que ojalá no se “atugurie” muy pronto, lo que nos une hoy en día es la platina, que se ha convertido en una especie de símbolo nacional. Pero es un símbolo negativo, si se puede hablar en esos términos, porque resume la imposibilidad de hacer bien las cosas, no solamente por parte del Estado, sino también de la empresa privada. Porque no nos tragamos el cuento de que las instituciones públicas lo hacen todo mal y que todo lo bueno proviene de la iniciativa privada. En la platina se ha reunido lo malo de los dos, así como también en la carretera a Caldera.

Esto va más allá de la discusión entre qué es mejor, si lo público o lo privado. Por eso hablamos de un síndrome, en el sentido de la definición de la Real Academia de la Lengua: conjunto de síntomas característicos de una enfermedad. ¿Y cuál es esa enfermedad? Pues una que nos impide acometer grandes proyectos, desarrollarlos sistemáticamente, con resultados de alta calidad, y en el tiempo programado, pensando en lo mejor para el país.

No creo en aquello de que todo tiempo pasado fue mejor; pero siento que el síndrome de la platina no siempre ha existido. Me parece que es algo nuevo, quizás de unas tres décadas para acá.

Porque hay cosas que se han hecho muy bien a lo largo de nuestra historia. Todavía hay vestigios de las carreteras que se construyeron en los años treinta del siglo pasado. Hay edificios escolares que resisten, y muy bien, el paso del tiempo, como también algunos puentes y las grandes plantas hidroeléctricas que construyó el ICE. En fin, que hay muchas muestras de que hacíamos bien las cosas.

Después, algo pasó y entramos en otra era, donde parece que nada sale bien. Hasta la cancha del estadio se pinta mal. En fin, que se impuso una suerte de mediocridad en todos los campos, señaladamente en la política, con notables excepciones.

Tengo la impresión de que las cosas empezaron a funcionar mal cuando entraron en decadencia las ideas de solidaridad, de comunidad, de construcción de país; cuando la ideología del individualismo logró penetrar a toda la sociedad; cuando lo que importa es lo que yo hago, con la mayor ganancia posible, sin que cuenten los demás. Es el “porta a mi” (que me importa a mi), una expresión nueva en el lenguaje nacional que sintetiza la situación.

Por ahora no soy muy optimista en cuanto a las posibilidades de cambio a corto plazo. ¿Estaré equivocado?

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