En la novela “El gatopardo”, de Giuseppe Tomasi di
Lampedusa, uno de los personajes pronuncia una frase que se ha vuelto expresión
del cinismo en la política: “Si queremos
que todo siga como está, es preciso que todo cambie”. A ese tipo de pensamiento se le ha llamado
“gatopardismo”.
Me pareció oportuno hacer la cita, ahora que estamos a pocos
días de la segunda ronda electoral, porque el tema del cambio ha estado presente
en toda la campaña, aunque bajo ropajes diferentes. Pero el cambio del que unos hablaban era
diferente al que apuntaban otros. Lo
cierto es que ante una situación nacional calamitosa, todos los que disputaban
la presidencia tenían que introducir de alguna manera en sus discursos el tema
del cambio. La mayoría de los
contendientes, sin embargo, seguramente podrían ser calificados de
“gatopardistas” conscientes o inconscientes.
De cara a las elecciones del próximo domingo solamente
tenemos una posibilidad real de escogencia:
Luis Guillermo Solís. Porque el
otro candidato ha dado tantas muestras de debilidad e inconsistencia que,
aunque formalmente sigue compitiendo, lo cierto es que abandonó el campo
dejando a sus partidarios sumidos en la confusión. No me cabe en la cabeza cómo se puede pedir
el voto por él, quien prometió un cambio en lo que ha sido la práctica en
política económica y social de los gobiernos del PLN, pero que a la hora de los
tiros se “jaló”, como se dice en el habla popular.
Luis Guillermo Solís ha prometido también cambios. Que el PAC llegue al gobierno de la República
es un gran cambio, dentro de un panorama histórico político dominado por dos
partidos: el PLN y el PUSC, éste último
con trajes diferentes a lo largo de más de setenta años. Pero los tiempos de ese “pasabola” dentro de
la misma cancha llegaron a su fin. Se
encargaron de ello los mismos resultados obtenidos, y un cambio en los jugadores
y en la cancha se ha impuesto.
Sin embargo, no podemos esperar que de la noche a la mañana
todo cambie, por más buenas intenciones que tenga Luis Guillermo Solís, dando
por descontado que va a ser electo el próximo domingo.
Me conformaría con la implantación, desde el inicio de la
nueva administración, de un estilo campechano y dialogante del ejercicio del
poder; con un presidente que no tenga miedo a admitir equivocaciones cuando
ocurran; con el establecimiento de la ética en la función pública como norte
para la acción gubernamental, que ayude a adecentar la política; con el
enfrentamiento efectivo de unos pocos de los grandes problemas que nos aquejan,
como la infraestructura, el déficit fiscal, y la situación del Seguro Social;
con la ejecución de medidas tendientes a la reducción de la desigualdad social
y, finalmente, con una administración que abra perspectivas de cambio social y
político real, más allá de los cuatro años que le tocará gobernar.
¡Con esas expectativas voy a ir a votar el domingo, ya
sabrán por quien!
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