Las crisis son una oportunidad para probar la madera de la
que están hechos los actores políticos, tanto individual como colectivamente. Si la madera es mala o está podrida, corren
el peligro de partirse e irse a pique, cual viejos barcos en una mar
embravecida.
Los resultados de las elecciones del 2 de febrero y el singular
abandono de Johnny Araya ("Nunca he
renunciado a la candidatura a la Presidencia de la República… Lo único que
hice, y eso deben tenerlo claro los costarricenses, es que tomé la decisión de
no estar en contienda…"), han mostrado la
situación de postración en que ha caído un partido que nueve veces ha conducido
gobiernos a lo largo de 62 años de historia política de este país. En las dos últimas dos semanas hemos asistido
a un conjunto de respuestas inconexas y contradictorias de una dirigencia
incapaz de reaccionar, pasada la sorpresa y la confusión inicial, con la contundencia
y la coherencia que demandaba el difícil trance provocado por la cuestionada decisión
de Araya.
En ausencia de un liderazgo claro las iniciativas
individuales y de grupo se han disparado por todos lados, sin orden ni
concierto. Desde la formación de
comisiones para dirigir lo que resta de “campaña”, pasando por las promesas
ante la tumba de José Figueres Ferrer, de que la “lucha sin fin” continuará,
hasta la entrega de la estafeta al candidato a la vicepresidencia Jorge Pattoni
para que visite comunidades y llame a votar nuevamente por el PLN, sin saberse
exactamente con cual propósito. Lo único
que ha faltado es la organización de rogativas a la Negrita para que salve a un
partido que se hunde.
Ha faltado cordura y no ha habido respeto para el electorado,
sobre todo para quienes todavía siguen votando verde y blanco sin entender que el
PLN del pasado ya no existe. Pero quizás
sea mucho pedir a una dirigencia que no se ha dado cuenta que el país cambió,
que las inercias del pasado ya no son suficientes para ganar elecciones, que
cada vez es mayor el bloque de los sin partido y que buena parte de la gente
está harta de un ejercicio del poder que ha terminado beneficiando a pocos y
que ha propiciado la corrupción.
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