Así habló el 6 de abril de 2014 la mayoría ciudadana, convirtiendo
a Luis Guillermo Solís en el candidato más votado de la historia política del
país. Una copiosa votación que le autoriza
a formar gobierno en un país que han venido acumulando cambios profundos a lo
largo de más de treinta años en su composición social y en su estructura
productiva, que finalmente acabaron manifestándose con inusitada fuerza en el
plano político.
Esta campaña será recordada por muchas razones, entre ellas
una fundamental: la presencia de un
candidato que mostró una tenacidad y una fuerza de convencimiento que le llevó a
ganar la convención interna del PAC, cuando pocos pensaban que eso podría
ocurrir; que viniendo de atrás sobrepasó en las últimas semanas de enero a los
tres candidatos que las encuestas señalaban como los punteros; y que, contra
todos los pronósticos logró superar con creces el millón de votos que dijo que
necesitaba para alcanzar un mandato fuerte para neutralizar una composición de
la Asamblea Legislativa desfavorable a su gobierno.
Indudablemente estamos en presencia de un político diferente,
que ha logrado establecer sintonía con una masa ciudadana que demanda cambios
en muchos aspectos de la vida política y en el quehacer gubernamental, pero
fundamentalmente en el ejercicio vertical de un poder político que ha estado
centrado en los beneficios para pequeños grupos de interés y no en la búsqueda real
del bienestar para las mayorías. Ojalá
que esta capacidad de sintonía no se pierda en los próximos cuatro años y que se
cumpla la promesa de un gobierno abierto al diálogo y a la negociación; no
encerrado en cuatro paredes, como lo dijo Solís en el discurso de la victoria
el domingo por la noche.
Estamos en otro país; tardíamente pero con paso seguro nos adentramos
en el siglo XXI, dejando atrás las herencias políticas del pasado. Una lectura cuidadosa de lo ocurrido se
impone, tanto para ganadores como para perdedores. Por lo que escuchamos a Solís en la plaza de
San Pedro de Montes de Oca, esa lectura la está haciendo y posiblemente actuará
en consecuencia; pero para lograrlo necesita de un apoyo ciudadano activo, no
meramente reactivo. ¿Cómo hacerlo? No hay respuestas definitivas por ahora; será
necesario un esfuerzo colectivo de creación, quizás apoyándose en iniciativas
ciudadanas que han venido brotando fuera de la mayoría esclerótica de partidos.
La aplastante victoria de Solís es también un mensaje a las
fuerzas de oposición al PAC en la Asamblea legislativa. Por ahora les conviene esconder garras y
colmillos --sobre todo al PLN-- y entrar en un ejercicio profundo de reflexión
y cambio que les permita conectar con la nueva realidad política
costarricense. Varios cadáveres
políticos han quedado en el camino y no son pocos los grupos de interés que han
salido maltrechos de este proceso, en particular toda la gama de fundamentalismos
religiosos que intentaron aprovecharse de la campaña electoral para llevar agua
a sus molinos.
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