Debate es debate. Es
decir, es una confrontación de opiniones diversas y contrapuestas entre los
participantes en una mesa de discusión.
No es una mesa redonda ni una entrevista colectiva, como acostumbran hacer
los canales de televisión. Es un enfrentamiento
cara a cara entre dos o más participantes, donde se escudriñan las posiciones
de unos y de otros, con el propósito de resaltar las bondades de las propias y
las inconsistencias, los errores de enfoque y la inaplicabilidad de las de los
otros. No son precisamente ejercicios diseñados
para coincidir, sino para discrepar.
La actividad organizada por la Universidad Nacional el 23 de
octubre no tuvo esa característica. En
realidad fue una especie de mesa redonda, donde seis de los aspirantes a la
presidencia de la República expusieron sus planteamientos en respuesta a las
preguntas planteadas por académicos, sin posibilidad de discusión entre ellos,
debido a la rigidez del formato usado.
Para quienes pudimos seguir el llamado “debate”, a brincos y a saltos
debido a la pésima transmisión por internet, las diferencias apenas se
insinuaron.
La UNA hizo un importante esfuerzo en la organización del
mal llamado debate, pero perdió la oportunidad de sentar pauta para las siguientes
comparecencias entre candidatos. Porque
repitió viejas y gastadas fórmulas que no corresponden a las demandas
ciudadanas no solamente de planteamiento, sino también de confrontación entre las
propuestas de los candidatos presidenciales.
Una civilizada pero enérgica confrontación que permita a esa amplia
franja del electorado que no sabe todavía por quién votar, valorar
apropiadamente la actual oferta electoral.
Así las cosas, lo que presenciamos fue una colección de
exposiciones un tanto académicas, donde las coincidencias fueron mayores que
las divergencias, con algunos chispazos de debate, originados en las puyas
lanzadas al candidato oficial por Villalta y Guevara. Lo que se denominó “replicas” no sirvió para
tales propósitos, sino que fue un espacio usado por los participantes para ampliar
sus exposiciones iniciales.
Al final los candidatos terminaron acomodándose, unos más
que otros, a un formato que favoreció a Araya y a su estrategia de tomar
distancia del actual gobierno del PLN, como si fuera el candidato de otro
partido. Por ejemplo, en el tema
relativo a la pérdida de legitimidad de las instituciones del estado y la
corrupción, no se le fustigó suficiente por la responsabilidad que le atañe como
representante de una agrupación política bajo cuyos gobiernos han ocurrido,
desde los años ochenta del siglo pasado, sonados casos de corrupción. Tampoco en los otros temas tratados. En la sombra también quedó la responsabilidad
que le toca al PUSC.
Ojalá que los próximos encuentros anunciados entre
candidatos sean verdaderas confrontaciones en las que se escudriñen con
seriedad y profundidad, propuestas y responsabilidades.
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