Unos cuantos cortos de televisión, algunas comparecencias
públicas, una que otra caravana automovilística y otras pocas apariciones de
candidatos, conforman hasta ahora lo que hemos visto de la campaña electoral. Poco dinamismo, por arriba, ciertamente,
porque por debajo otras cosas ocurren que escapan a las apreciaciones del común
de los mortales, que no tiene conexión a internet o si la tiene, no sigue con
pasión lo que pasa en las llamadas redes sociales.
En ese nivel se libra una verdadera guerra de guerrillas,
con tiradores emboscados, que lanzan todo tipo de proyectiles a los enemigos
partidarios. Fotos arregladas, videos
comprometedores y comentarios insidiosos y anónimos, conteniendo medias
verdades, infundios y hasta calumnias, circulan por las redes. Algunos de ellos se convierten lo que se
conoce como “memes”, es decir, productos cuya difusión llega a alcanzar
proporciones comparables a las infecciones virales. De esa manera miles y miles de personas quedan
expuestas al contagio, la mayoría de las veces sin que personajes políticos y
partidos aludidos puedan reaccionar a tiempo.
Esta es otra de las novedades de esta campaña, que marca una
diferencia significativa con las anteriores, porque en ellas el mundo de las
redes era secundario. Hoy en día los
partidos no pueden ignorarlo y el hecho es que las principales agrupaciones
están metidas de cabeza en él, con grupos de expertos y equipos sofisticados. Aunque internet y redes sociales no llega
todavía a la mayor parte de las y los costarricenses, que se sigue informando
básicamente a través de los noticieros de televisión, si tiene influencia sobre
los sectores más jóvenes, que, como se sabe, conforman un importante fragmento
electoral. Incluso algunos de esos
productos logran saltar a los medios tradicionales, que hacen eco de ellos.
Mucho de lo que circula por redes podría ser clasificado
como “campaña sucia”, porque está destinado a golpear los tobillos de los
contrincantes, desde el anonimato. Este
tipo de campaña, por ahora parece que se va a mantener en ese nivel, donde el
Tribunal Supremo de Elecciones no puede intervenir, porque no hay regulaciones
al respecto. Y quizás sea bueno que no
existan, porque no todo lo que se dice puede ser calificado como
“suciedad”. Algunos de esos productos
entran más bien en la categoría de “campaña negativa”, que busca hacer del
conocimiento de electoras y electores, aspectos del desempeño público y privado
de los contendientes por la presidencia de la República, que los
descalificarían para el ejercicio de ese cargo.
Por esa razón, bienvenida la “campaña negativa”, y ojalá que
no se quede en redes sociales sino que salte al espacio público, de manera tal
que el grueso del electorado disponga de mayores informaciones positivas y
negativas sobre los contendientes en el actual proceso electoral. Sus selecciones de candidatos podrían
realizarse más apropiadamente. ¿No les parece?
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