Oficialmente se dio el banderazo de salida de una campaña
electoral que comenzó ya hace bastante tiempo.
A última hora uno de los competidores no se presentó, alegando razones
que luego se demostraron como falsas: no
acudió a la cita del TSE porque ya había decidido abandonar la justa, sumiendo
al PUSC en otra profunda crisis. Parecía
que ese Partido iba para adelante, pero resultó que, como el cangrejo, más bien
iba para atrás.
Según encuestas recientes, dos terceras partes de las y los
potenciales votantes declaran no simpatizar con ningún partido político y un
poco más de la mitad afirma, a estas alturas del proceso electoral, no saber
por quién votar, lo va hacer en blanco o anulará su voto. Aunque el candidato Araya sigue adelante como
opción entre las personas que afirman que votarán, aparentemente está lejos de
alcanzar el 40% necesario para ganar las elecciones en primera vuelta. Así que en los próximos meses observaremos
los intentos desesperados del PLN para la movilización de los enfriados.
Seguramente por eso la mayoría de los partidos quería disponer
de más fuentes de financiamiento, en la creencia de que con plata y propaganda
es posible convencer a la mayoría de volver a las urnas electorales. Pero como están anclados en una visión
anticuada de hacer política, es posible que no les sirva para los fines
buscados. Para empezar, un poco más del
40% de los posibles electores está en edades comprendidas entre 18 y 36 años. Es decir, son personas jóvenes, cuyos valores
han sido moldeados por lo que ha sido la Costa Rica de los años ochenta del
siglo pasado en adelante. Un país menos
comprometido en el plano social, más individualista, más fijado en el éxito
económico personal y en la posesión de carros, televisores, teléfonos de última
generación y todos los demás chunches que se supone son símbolos de éxito.
Tal vez me equivoco, pero me parece que los partidos no le
están llegando a ese sector del electorado, donde se localiza el grueso del
abstencionismo, y que bien puede decidir los resultados de las elecciones de
febrero. Piensan en electores de mayor
edad, supuestamente todavía movidos por las antiguas divisiones partidarias. Pero también en ese grupo hay cambios, sobre
todo entre quienes están entre los 36 y los 60 años. Ya no se tragan los viejos cuentos, han
recibido golpes y hoy disponen de mayor información sobre la realidad de partidos
y candidaturas.
Así que los comandos de campaña no la tienen fácil, con
dinero y sin él están igual: desenchufados.
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