Es común escuchar enjuiciamientos de la situación actual sin referencia alguna a las condiciones sociales y políticas que llevaron a tal estado de cosas. Por ejemplo, se habla de la ineficiencia de las instituciones públicas y de la corrupción como si hubieran aparecido ayer, sin perspectiva histórica alguna que permita la comprensión de sus orígenes y por tanto la implantación de medidas efectivas en su combate. Otras veces, ineficiencia y corrupción son vistas como condiciones inherentes al sector público y a los seres humanos. Por supuesto que el pesimismo impregna este tipo de enfoques.
Se
olvida, en primer lugar, que no todo el sector público es ineficiente --incluso
hay secciones de instituciones catalogadas como tales, que trabajan muy bien--
y que, por supuesto, no todas las personas que trabajan en la institucionalidad
estatal hacen mal su trabajo o son corruptas. En estos casos las
generalizaciones no solamente resultan odiosas, sino también inmovilizantes,
porque prácticamente nada se podría hacer. Es una posición propia de una
ideología que le hace las cruces a todo lo estatal y que considera al sector
privado como el remedio mágico para todos los males.
En
segundo lugar, se ignora que desde principios de los años ochenta del siglo
pasado la asociación entre gobiernos y empresarios provocó un verdadero golpe
de timón a la dirección que hasta entonces seguía la institucionalidad pública
costarricense. La economía y el estado se ajustaron a las nuevas condiciones señaladas
por los organismos multinacionales, con los consiguientes cambios en la
sociedad y en la política. Fueron los años en los que vivimos bajo la presión
del llamado consenso de Washington, es decir, la unanimidad de criterios entre
el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Agencia Internacional
para el Desarrollo y el mismo Banco Interamericano de Desarrollo. El país fue
conducido por los vericuetos del llamado ajuste estructural, de la mano de los
gobiernos del PLN y del PUSC, o del PLUSC, si se quiere.
Las
funciones de las instituciones públicas fueron encuadradas en del marco del
mercado. Muchas fueron arrinconadas, enfrentaron restricciones presupuestarias
y se volvieron ineficientes, a otras se les reformularon sus objetivos y no
pocas se crearon para facilitar los procesos de exportación de mercancías. Los
programas de movilidad laboral asolaron el sector público, dejándolo
desprovisto de los cuadros técnicos que habían sido capacitados dentro de la
visión anterior del estado; algunos programas fueron trasladados al ámbito
privado o se semi privatizaron, y el enfoque solidario fue sustituido, en
general, por el logro individual exacerbado.
Ese
es el marco en el que la ineficiencia y la corrupción estatales deben ser
analizadas; no solamente en términos de desempeños individuales, partidarios o
de grupos de interés. Si esto no se entiende, es imposible plantear medidas
correctivas apropiadas.
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