Las
discusiones alrededor del presupuesto nacional son saludables y la mayoría
ciudadana debería seguirlas con particular atención. Al fin y al cabo el
presupuesto define lo que el gobierno va a hacer en el año siguiente a su
aprobación, por lo menos en teoría, como veremos posteriormente.
Cuando
un gobierno dispone de mayoría parlamentaria suficiente, esas discusiones
generalmente son restringidas y la aprobación del presupuesto se vuelve ritual,
pese a lo que digan los partidos de oposición. Cuando se carece de esa fuerza,
como el gobierno actual, las discusiones se vuelven más interesantes porque
afloran las diferencias de criterio en torno al papel del estado, la forma de
conducción de los asuntos públicos y las metas que se quieren alcanzar. No es
una simple discusión acerca de cuánto dinero entra a las arcas públicas y cuánto
se puede gastar sin endeudarse demasiado y poner en peligro la estabilidad económica
del país.
Independientemente
de su fortaleza en la Asamblea Legislativa, lo cierto es que los gobiernos se
enfrentan a obligaciones contraídas a lo largo del tiempo, que definen en mucho
lo que se puede hacer en materia de orientación del gasto público. Por ejemplo,
el proyecto de presupuesto en discusión, que asciende a la suma de 7.5 billones
de colones, ha sido calificado por políticos y técnicos como demasiado elevado
y con un déficit peligroso; sin embargo, de ese total un 33,8% se dedicará al
pago de obligaciones derivadas de la deuda externa que se vencen en 2015, y que
son herencia de los gobiernos pasados. Con el resto se cubren salarios y otras
obligaciones, y una parte relativamente pequeña queda para los programas que el
gobierno desea impulsar.
Quizás
ha faltado mayor claridad y firmeza en las explicaciones dadas por Hacienda,
porque lo que se destaca en la discusión pública es el aumento del 18,9% en
relación al presupuesto de este año, y se insiste en la falta de dirección y
los supuestos excesos en aumentos salariales, que parece contradictorio con las
denuncias sobre la ineficiencia institucional en el Informe de los 100 días, y
en el financiamiento a las universidades, que no se ha aclarado suficientemente
que forma parte de las negociaciones realizadas por el gobierno anterior en el marco
del FEES 2010-2015. Sin embargo, otras lecturas podrían indicarnos que hay una
apuesta por el mejoramiento de la educación pública y un apoyo al sector
agropecuario del país a través del ministerio del ramo.
Seguramente
hay excesos en algunos gastos, como lo han señalado el diputado Ottón Solís, la
Contralora General de la República y la fracción del PUSC. Bienvenidos los
cortes si esos excesos existen, pero mucho cuidado con lo que se va a eliminar,
porque se pueden afectar programas de beneficio social general. En todo caso la
discusión nos vuelve a enfrentar al problema de los ingresos, la necesidad de
mayor inversión pública y la urgencia de una reforma tributaria.
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