Las denuncias sobre dineros gastados innecesariamente por el
PAC en la autenticación de firmas, y las elevadas sumas pagadas a quien
supuestamente condujo a la victoria a Luis Guillermo Solís –hoy asesor ad
honorem--, hace saltar nuevamente la interrogante sobre el grado de influencia
de los partidos en los gobiernos que eligen.
La realidad es que en Costa Rica los partidos políticos
proporcionan el andamiaje para elegir presidente de la República, diputados y
otros funcionarios, pero en sentido estricto no gobiernan. Esa es una de las
grandes paradojas del sistema político costarricense. No lo hacen por varias
razones, entre las que conviene destacar la debilidad de los partidos, que
solamente funcionan como maquinarias más o menos eficientes en la consecución
de los votos, y el anticuado ordenamiento legal que obliga a la separación formal
entre partido y gobierno.
Durante la campaña electoral los partidos son tomados por el
candidato y su grupo íntimo de “cocina”, generalmente muy pequeño y no
necesariamente integrado en su totalidad por miembros del partido. Toda la
estructura partidaria se supedita a ese mandato, incluyendo las estructuras
formales, que entran en una especie de letargo invernal. El candidato y su grupo
toman la mayoría de las decisiones y manejan a su antojo la campaña y las
finanzas, a veces saltándose las reglas establecidas por el Tribunal Supremo de
Elecciones.
La presidencia del partido y la secretaría son escasamente consultadas,
y sus criterios a menudo son mal vistos, porque mientras unos piensan en ganar
elecciones, los otros lo hacen en el futuro partidario, más allá de un probable
gobierno. Si se ganan las elecciones, el grupo íntimo sigue tomando las
decisiones con el presidente electo, excluyendo a las estructuras formales
partidarias. Sin embargo, a la hora de las verdades es el comité ejecutivo el
que tiene que rendir cuentas de los gastos al TSE y hacerse responsable de las
tortas que otros pueden haber cometido.
El caso particular del PAC es aún más complicado, porque ha
elegido por primera vez un gobierno, y como se trata de un partido pequeño, resultaba
imposible llenar los cargos solo con militantes y simpatizantes con las
calidades necesarias para desempeñarlos. Hubo que recurrir a personas ajenas al
partido, muchas con visiones alejadas de lo que ha sido el planteamiento
tradicional del PAC. Pero el cedazo empleado como filtro cumplió su papel a
medias y no son pocos los “colados”, con las consiguientes inconsistencias en
la acción gubernamental.
Resultado: la separación entre partido y gobierno ha
empezado a ahondarse. Sin embargo, uno y otro se necesitan. Para seguir
manteniéndose como partido el PAC requiere un gobierno exitoso; a su vez el
gobierno necesita el apoyo del partido, sobre todo de cara a las elecciones de
2016. ¿Profundizaran sus diferencias o lograran un acuerdo aceptable para
ambos, aunque se tenga que sacrificar personas?
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