Desde hace más de una década se ha venido especulando sobre
la posibilidad que un “hombre fuerte” que encabece, aunque fuera por un tiempo
limitado, un gobierno capaz de combatir la desidia, la ineficiencia y la
corrupción en la institucionalidad pública del país. Varias encuestas se han encargado de hacer la
pregunta. Por ejemplo, en el Informe
2013 del Latinobarómetro, ese sondeo que se hace anualmente en dieciocho países
del Continente, las respuestas de apoyo a la frase
“En algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno
democrático”, pasaron, en Costa Rica, entre los años 1996 y 2013, de 7% a 17%.
No es un porcentaje muy elevado
todavía, pero seguramente son mucho más las personas que piensan en la
necesidad de un líder fuerte, aun cuando ello signifique alguna redefinición de
lo que aceptamos como democracia. Algo
así como una democracia limitada estilo Singapur o la que existe en algunos países
centroamericanos. Sin embargo, esas
posiciones parecen ir a contrapelo de una ciudadanía más activa, que demanda
participación directa en la toma de decisiones que tiene que ver con el destino
de sus comunidades. Votar cada cierto
tiempo para elegir gobernantes no es suficiente en los tiempos que corren.
En estos días, por consejo del
amigo y colega Luis Emilio Jiménez, he estado leyendo el libro “The Myth of the
Strong Leader” (El mito del líder fuerte), que acaba de publicar el profesor
emérito de ciencia política de la Universidad de Oxford, Archie Brown, quien ha
investigado y escrito sobre estos temas a lo largo de unas cinco décadas. Brown dice que el criterio de “fuerza” es más
apropiado para juzgar a levantadores de pesas o corredores de fondo, que a líderes
políticos. Para él hay otras cualidades
que deberían poseer estos liderazgos, como el juicio sagaz; la inteligencia
para buscar puntos de encuentro entre criterios dispares y la voluntad de
hacerlo; la capacidad para absorber información y para trabajar en conjunto con
otras personas; el coraje, la visión y la empatía, todo eso adobado con una
energía extraordinaria. No se trata de
superhombres o supermujeres, sino de personas que en determinadas situaciones
son capaces de interpretar necesidades sociales y políticas de mayorías en un
país determinado, y actuar en consecuencia.
Volvamos a Costa Rica. ¿Qué tipo de liderazgo político se necesita
hoy en día? No precisamente el de un “iluminado”
que nos pida que le demos un cheque en blanco porque sabe lo que hay que hacer;
pero si alguien inspirador, que apoyándose en esa expectativa de cambio que se
manifestó en el proceso electoral que ha terminado, pueda, como dice el
profesor Brown, ampliar los límites de lo que hoy vemos como posible, alterando
radicalmente la agenda política y aprovechando la energía ciudadana para
empujar el carro de la historia en la dirección de mayor bienestar social,
crecimiento económico y seguridad para todas y todos.
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