Eso dijo el ministro
de comunicación, Carlos Roverssi, refiriéndose a las protestas callejeras
realizadas en San José y otras ciudades el pasado 25 de junio. Por su parte, el Ministro de Trabajo se quitó
de un capotazo cualquier responsabilidad de encima, alegando que no había
demandas que tocaran su Ministerio. El
ministro de la Presidencia, Carlos Ricardo Benavides, indicó que entendían que
uno de los reclamos era por el veto al Código Procesal Laboral, porque el
gobierno insiste en eliminar las huelgas en los servicios públicos esenciales.
Respuestas todas
inadecuadas, que contrastan con los ofrecimientos de apertura y diálogo hechos
por la presidenta Chinchilla en su informe a la Asamblea Legislativa del 1 de
mayo anterior. En
lugar de hacer buenos esos ofrecimientos, los ministros se han dado el lujo de
torear a la mayoría descontenta, hoy desarticulada, ciertamente, pero que
mañana podría encontrar un cauce adecuado por donde fluyan el malestar y las
frustraciones, colocando al gobierno en una situación más difícil de la que ya
tiene.
No hay que ser muy
sabido para entender que la protesta, más allá del abanico de demandas, expresa
un clima de hartazgo generalizado con el gobierno, con la
ineficiencia de las instituciones, con la corrupción y con el desempeño de
partidos y políticos. La mayoría de la
gente no entiende por qué las cosas no funcionan como deberían hacerlo; por qué
el puente de la platina no termina de arreglarse; por qué persisten las filas
en la consulta externa de la Caja; por qué hay que esperarse meses para una
cita especializada o una operación; por qué tenemos que sospechar que el
“chorizo” está detrás de la mayoría de propuestas de obras que se hacen; por
qué las presas son cada día mayores; por qué no encuentra empleo decente; en
fin, por qué tanta chapucería y cinismo.
Independientemente de
si las manifestaciones del martes 25 de junio fueron un éxito o un fracaso, el
hecho es que el descontento existe y no se puede borrar, como a algunos les
gustaría. Ciertamente, hubo múltiples
demandas sin que se observara un hilo conductor, ni un liderazgo definido, pero
no se puede ignorar que hubo cerca de treinta puntos de manifestación en todo
el país, algunos muy concurridos. No se
llenó la avenida segunda, pero no era lo que se buscaba.
A la protesta
ciudadana no se le pueden programar las fechas de articulación, de conformación
de un liderazgo y de manifestación. Es
algo que tiene su dinámica propia, con sus alzas y sus bajas. Puede ser que dentro de un mes no quede
rastro de lo ocurrido el 25 de junio, o puede ser que en agosto la protesta
desborde las calles. El que ocurra una u
otra cosa no depende de los deseos de este columnista ni de los de la señora y
los señores de Casa Presidencial.
Además, en un país
desarticulado, con gobierno, partidos y políticos en la lona, pedir congruencia
a quienes protestan me parece un desaguisado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario