En las
últimas semanas dos personas que ocupan cargos de importancia institucional en
el ámbito público, han hecho declaraciones imprudentes a los medios, para
decirlo suavemente. Nos referimos al arzobispo saliente, Hugo Barrantes, y al
presidente de la Asamblea Legislativa, Luis Fernando Mendoza.
El primero de ellos, en una interpretación antojadiza del reconocimiento vaticano como milagro dela sanación del aneurisma padecido por una señora cartaginesa, inexplicable según se ha dicho desde el punto de vista médico, manifestó que era "una señal contra el estado laicista y la fecundación in vitro". Lo dicho por el Arzobispo es una completa falacia. Nada tiene que ver una cosa con la otra. Se sacó de la manga una interpretación para acarrear incautos a sus posiciones sobre esos asuntos y para reforzar los prejuicios de un sector de creyentes católicos.
En una entrevista posterior dada al diario La Nación, dejando de lado cualquier justificación religiosa, y abandonando cualquier sutileza, afirmó que frente a los homosexuales se le salían sus sentimientos machistas, aunque mostró mayor benevolencia con las lesbianas porque según él son educadas, mientras que los hombres gay: “¡Ay, es una grosería y una cosa!” Las palabras sobran. Pero ahí queda para la historia esa entrevista de antología de insólitos prejuicios, que habría que agregar a las que nos tiene acostumbrados un diputado representante de grupos cristianos conservadores.
Por su parte el Presidente legislativo se dejó decir, en su visita a Zhang Dejiang, presidente del Comité Permanente de la Asamblea Popular Nacional de China, que Costa Rica apoya en su totalidad las políticas de esa nación relacionadas con Taiwán y Tíbet. En primer lugar, se le olvidó que la conducción de las relaciones exteriores del país corresponde al Poder Ejecutivo y que, por tanto, estaba invadiendo ámbitos propios de otro poder de la República. Con sus imprudentes declaraciones no solo comprometió al gobierno, que no sabemos si efectivamente apoya dichas políticas, sino que también mostró su ignorancia al equiparar dos situaciones diferentes desde todo punto de vista: histórico, político, económico y cultural. No se detuvo a pensar un momento sobre el contenido y consecuencias de esas políticas, sobre todo en el caso del Tíbet.
Pero hay más: según lo publicado por La Nación, el Presidente Mendoza dijo que Costa Rica podría servir como “un satélite de las intenciones chinas con otros países latinoamericanos”. Seguramente don Luis Fernando se dejó llevar por un entusiasmo acrítico, provocado por la grandeza de los monumentos históricos y los mega proyectos emprendidos por el gobierno chino, dignos de admirar, ciertamente, pero que hay que dimensionar adecuadamente, para no salir con un domingo siete, como también sucedió en el otro caso comentado.
¡Para hablar y comer pescado...!
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