La
película “Los miserables” conmueve a las mayorías de espectadores hasta el
punto de las lágrimas, por situaciones escenificadas en la Francia del siglo
diecinueve. La novela del escritor Víctor Hugo, presentada ahora como comedia
musical, es en realidad una reflexión sobre la justicia, sobre el bien y el
mal, sobre la ley y la ética, entre otras cosas. No sé si esto lo percibe esa
mayoría de espectadores, que seguro tampoco relacionan lo que miran y les
conmueve, con lo que sucede en Costa Rica con la justicia y el sistema
carcelario actual.
Para
empezar, la diferencia entre la capacidad real de la mayoría de los centros
carcelarios está rebasada por mucho. Esto quiere decir que la generalidad de
las personas indiciadas o condenadas se encuentra en condiciones que chocan
abiertamente con lo que se pregona dentro y fuera del país: que somos
respetuosos de los derechos humanos.
Los
datos son contundentes. La sobrepoblación carcelaria es de 35,6 por ciento en
todo el país; pero en San José es de 64,9 por ciento y en La Reforma de 59,5
por ciento. En otras palabras, que si pagar con cárcel un delito implica
restricciones, penurias y estigmas para quienes los cometen, les estamos
recetando un castigo adicional, al obligarles a vivir en condiciones de
hacinamiento propios de otra época. La televisión a veces nos permite asomarnos
a ese mundo oscuro y desconocido para la mayor parte de la población.
Llama
la atención el número de indiciados, es decir, de personas que están en prisión
preventiva porque son sospechosas de haber cometido delitos, pero que aún no
han sido formalmente acusados: 3259 personas. Como se sabe, los tribunales no
son precisamente expeditos, y no pocas veces el indiciado termina siendo
liberado de toda culpa, pero ¿qué pasa con el tiempo que estuvo encarcelado?
Las
gentes demandan mano dura y cárcel para delincuentes y se queja de que muchos
son liberados rápidamente, pero no se dan cuenta que las cárceles están a
reventar, y que hay una sobrepoblación carcelaria que vive en condiciones
sórdidas, que de ninguna manera favorecen la reincorporación de una buena parte
de esas personas, sobre todo de quienes cometieron delitos menores.
Las
pésimas condiciones en que viven estas personas no son solamente producto de la
incapacidad de las instituciones encargadas de construir y mantener en buenas
condiciones las cárceles. Son también el resultado de legislación aprobada en
los últimos veinte años, que receta cárcel a personas cuyos delitos podrían ser
tratados de otra forma. Es la vieja discusión en el derecho penal entre los
llamados “abolicionistas”, y quienes consideran que la cárcel es la única
solución frente al delito.
Una
discusión que está presente en nuestro medio, que seguramente está en el fondo
de las aguas que se mueven en torno a la próxima elección de la persona que
presidirá el Poder Judicial, y de quienes ocuparán las vacantes en la Sala
Constitucional.
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