Por política entendemos
el conjunto de acciones y decisiones que incumben al gobierno de la sociedad.
Acciones y decisiones realizadas por la ciudadanía directamente o a través de
los mecanismos formales definidos por constituciones y leyes, y también
mediante el uso de otros mecanismos de carácter informal, como los movimientos
de presión.
Como sabemos, la
soberanía reside en el conjunto ciudadano, y este la delega, en la mayor parte
de los casos, en funcionarios electos y cuerpos representativos. Lo que se hace
en esas instancias es lo que comúnmente denominamos política, y sobre ella
terminan enfocadas las miradas del conjunto social. Se espera que la política
no solamente se realice dentro de los márgenes de la legalidad, sino que
también se practique con dignidad.
En nuestro país la
política ha ido perdiendo esa dignidad para convertirse en un ejercicio de
chapucería. Cada día que pasa una buena parte de la jerarquía del gobierno, la
mayor parte de quienes integran el poder legislativo y también algunos miembros
del poder judicial, se encargan de pisotearla y de desacreditarla, disminuyendo
así la confianza ciudadana en la institucionalidad democrática.
¿Qué pretenden con sus
discursos y acciones? Porque consciente o inconscientemente nos están
acercando, como sociedad, cada vez más al abismo. Las muestras de insensatez,
por no decir de cretinismo, son cada vez mayores. Lo último, por supuesto, la
elección de Justo Orozco como presidente de la Comisión de Derechos Humanos de
la Asamblea Legislativa. El anuncio parecía un mal chiste, pero desafortunadamente
no lo fue.
Llegó a esa posición en
virtud del acuerdo fraguado por la fracción liberacionista con el PASE, que
necesitaba de uno o dos votos más. El problema es que Orozco, que presume de
educador, matemático y abogado, es un personaje con un pensamiento atiborrado
de intolerancia, incultura, prejuicios, dogmatismo e ignorancia, todo adobado
con una salsa dizque cristiana, que lo inhabilita para presidir esa comisión.
¡Así valora los derechos humanos el PLN!
El tema Orozco es
solamente otra de tantas muestras de la profunda degradación de la política
nacional. Fracciones legislativas divididas y subdivididas, sin norte
ideológico y sin perspectiva de mediano y largo plazo, vagan por el escenario
político ante los ojos de una ciudadanía parcialmente inmovilizada por la
esperanza, cada vez más lejana, de que se produzca un punto de quiebre que nos
permita dejar atrás la acongojante situación actual.
Pero esos quiebres no
se producen por generación espontánea. Hay que empujarlos y esa responsabilidad
compete a toda la ciudadanía consciente. Los partidos, enfrascados en
insubstanciales luchas por el poder, tanto dentro como fuera de ellos, carecen
del músculo necesario para provocarlos. La restauración de la dignidad de la
política, entonces, tendrá que venir de lo mejor de la sociedad civil.
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