El estribillo de una vieja
canción de Palito Ortega me viene a la memoria cuando oigo hablar de ese cuento
del país más feliz del mundo.
Es que acríticamente
políticos y medios de comunicación le han dado amplia divulgación a los
resultados del informe denominado “The Happy Planet”, que nos coloca en el
primer lugar, entre 143 países, ignorando otros estudios que andan por ahí
intentando dar cuenta de algo tan subjetivo como la felicidad. Lo cierto es
que, como lo indica su autor, el psicólogo Saamah Abdalla, en entrevista para
la BBC, el título del informe resulta engañoso, porque “No estamos diciendo que
la gente que vive en estos países es la más feliz del mundo. Lo que hace el
índice es medir la eficiencia ecológica que permitiría tener vidas prolongadas
y felices para todos los ciudadanos”.
O sea, que lo que se mide es
la posibilidad de ser felices. Podríamos serlo, pero, ¿lo somos? Seguramente
algunas personas, incluso muchas, lo son, pero no se vale generalizar y
afirmar, con la combinación de solamente tres instrumentos, uno de ellos una
encuesta de opinión, que somos como país, el más feliz del mundo. Tenemos
muchos problemas que resolver antes de alcanzar un estado generalizado de
felicidad para toda la población. Así que andar navegando por el mundo con esa
banderita tiene sus riesgos, pues la realidad se encarga de mostrarnos caras
ciertamente no felices.
Así pasó la semana anterior,
pues mientras la Presidenta y su comitiva intercambiaban notas en New York con
el Primer Ministro de Bután sobre países felices, acá tres importantes
funcionarios del gobierno, que han estado empujando una reforma tributaria que
no hace precisamente feliz a la mayoría, abandonaron obligados sus cargos por
esa falta de congruencia entre el dicho y el hecho que padece nuestra clase
política. No fue una semana feliz para el gobierno.
Dicho sea de paso, Bután ha
venido desarrollando un Índice de Felicidad Interna Bruta, con 73 variables que
intentan medir el bienestar y la satisfacción con la vida de los habitantes de
ese reino del centro de Asia. Sería interesante seguir su ejemplo, así
saldríamos de dudas.
Como lo he señalado otras
veces, lo que ocurre es que tendemos a mirar el país desde nuestra particular
realidad, generalizando, sin interrogarnos sobre la diversidad de situaciones
que conforman nuestra realidad social. Así como desde la altura de un monte
todo se mira verde, también desde la altura del poder político y económico las
diferencias se borran y se corre el riesgo de terminar mirando todo color de
rosa. La soledad del poder produce distorsiones que muchas veces hacen perder
pie a quienes ejercen cargos públicos.
¿Será eso lo que les ha
pasado a los diputados autores del proyecto de ley para otorgar inmunidad
permanente a los altos funcionarios públicos, o al Presidente de la Corte con
su insistencia en un viaje a China, acompañado de los presidentes de las
diferentes salas?
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