La ciudadanía ha venido observando con preocupación los cambios ocurridos en el gabinete de la presidenta Chinchilla, y en las cimas de algunas instituciones autónomas. Son cambios que no obedecen a una reorganización planificada de la nómina de ministros, ministras y presidentes ejecutivos, producto de una evaluación del desempeño del gabinete en el logro de los objetivos que se dice buscar, sino que se van produciendo sin orden ni concierto, por obra y gracia de las circunstancias.
La verdad es que algunos de ellos debieron producirse semanas o meses atrás, por ineficiencia probada en el desempeño de los cargos o por francas “metidas de pata”. Se sabía que los días estaban contados para los ministros Vargas, Tijerino y Castro, y la salida del Presidente de AyA se debió haber forzado semanas antes. Cuando la grave situación de la Caja se hizo pública y se alzaron las voces pidiendo responsables, se dijo que el “estilo” presidencial no contemplaba la búsqueda de responsables, pero cuando la presión aumentó, no quedó más camino que decirle adiós a Doryan. Las diferencias de enfoque en torno a qué hacer con la Caja entre la ministra Ávila y la Presidenta, tampoco parecen ser cosa de ayer.
Se ha tratado de justificar la forma en que han ocurrido estos cambios con la cantinela de que se trata de un nuevo estilo de liderazgo. Sin embargo la ciudadanía lo que observa es una incapacidad para aceptar la ineficiencia y los conflictos, y tomar oportunamente las decisiones que corresponden. La negación parece que se ha establecido en Casa Presidencial, porque se niegan repetidamente los hechos, hasta que revientan.
Los resultados de estas indecisiones han sido fatales para la imagen de la Presidenta. De acuerdo con la última encuesta de UNIMER-La Nación, el 73% de las personas entrevistadas califica la labor de la Presidenta como regular o mala; el 57% considera que no ha demostrado liderazgo para dirigir el país; el 55% dice que no está preparada para gobernar y el 55% que no es firme en sus decisiones. En otras palabras, que esa encuesta realizada en junio encendía suficientes luces amarillas como para preocuparse; pero la respuesta de la Casa Presidencial fue pésima: la ciudadanía no está entendiendo el estilo de la Presidenta.
Si a esos resultados agregamos que solo el 9% de las personas entrevistadas considera que el país va en la dirección correcta, el panorama se vuelve gris. Si la encuesta se repitiera en estos días, seguramente las opiniones ciudadanas serían francamente negativas. En fin, que la presidenta no está precisamente en un lecho de rosas.
Me pregunto si en estos momentos, en lugar de seguir poniendo parches, no se impone un golpe de timón y una reorganización del equipo. De otra manera se podría estar caminando hacia el desplome, que es lo que la mayoría ciudadana empieza a vislumbrar en el horizonte.
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