La huelga decretada por los sindicatos de la Caja Costarricense de Seguro Social ha sido calificada como inoportuna. La Institución está en la mira, tanto por su crítica situación financiera como por la calidad de los servicios que ofrece.
Tal parece que los dirigentes sindicales interpretaron mal el clima nacional prevaleciente de opinión, que es de ansiedad por el futuro de la Caja, y consideraron que era el momento de lanzar un movimiento por reclamaciones laborales específicas, ajenas a la mayoría ciudadana. Para esa mayoría el problema es la Caja en su conjunto, no los intereses sectoriales de un grupo que, justa o injustamente, en el sentir de la gente aparece como uno de los elementos que ha ayudado a desencadenar la crisis. Con el estallido de la huelga los sindicalistas han reforzado esa idea, porque a la ciudadanía le parecen excesivas sus demandas.
Ciertos comentaristas de la realidad nacional y algunos medios de comunicación siempre están dispuestos a condenar las huelgas independientemente de sus motivos. No es mi caso. He sido un defensor de las libertades sindicales y siempre he llamado la atención sobre su irrespeto en el sector privado, así como sobre la hipocresía de quienes se dicen defensores de la democracia pero cierran los ojos ante estos hechos.
En el sector salud, sin embargo, siempre he pensado que a los dirigentes sindicales les falta encuadrar adecuadamente sus luchas e imaginar otras formas de lograr objetivos. Las huelgas perjudican, a veces gravemente, al conjunto de personas aseguradas y no crean apoyo en la población y por tanto presión sobre jerarcas y políticos. Sabemos las dificultades para conseguir una cita especializada o la inclusión oportuna dentro de la lista de operaciones. Una huelga atrasa todo eso y provoca malestar contra los huelguistas, no contra la jerarquía.
Hace muchas décadas, con un grupo de estudiantes de Trabajo Social hicimos una visita a Golfito, para conocer la situación de los trabajadores de las plantaciones de banano. Nos entrevistamos con varias personas, entre ellos Isaías Marchena, el histórico líder sindical comunista, quien explicó detalladamente las difíciles condiciones de trabajo y de vida en la zona. El relato provocó un gran impacto en los estudiantes, al punto que una de ellas le preguntó por qué no iban a la huelga. La respuesta de Marchena fue contundente: una huelga es algo muy serio; es un instrumento de lucha al que se debe recurrir solamente en última instancia, porque es mucho lo que se arriesga, y a los trabajadores y sus familias se les somete a muchos sufrimientos y tensiones.
En el caso de la Caja son muchas las cosas que están en riesgo, incluyendo la salud de personas concretas; no era entonces el momento para crear distractores que pueden ocultar la gravedad de la situación y la responsabilidad de quienes con sus decisiones y actuaciones contribuyeron a provocarla.
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