Seguramente ustedes, amigas y
amigos lectores, tendrán sus propias conclusiones sobre la indagatoria
legislativa en la que se trató la conversación sostenida por la señora
Procuradora General de la República y el exviceministro de la Presidencia. No
sé si al final de cuentas se sabrá quién dice la verdad y quién miente, porque
lo que tenemos son dos versiones contradictorias de los hechos, sostenidas por
la señora Brenes y el señor Soley.
La pregunta que salta es si se
debió llegar tan lejos en un asunto que pudo haber quedado zanjado en la
conversación que mantuvieron el presidente Solís y la señora Brenes, donde, por
lo que ella misma dijo, se le dio seguridades de que no se estaba buscando su
renuncia, con ofrecimientos de embajadas y demás. ¿Cómo este asunto saltó al
espacio público y se convirtió en un escándalo político? Ese aspecto no quedó
claro en la indagatoria legislativa, quizás porque no era de interés de los
diputados arrojar luz sobre la construcción del escándalo y sobre la
intencionalidad subyacente: aparentemente precipitar la caída del ministro
Jiménez e imponerle pautas al gobierno.
¿Quién ganó y quién perdió? Creo
que todos los actores involucrados y la institucionalidad política del país
salieron lesionados. El más perjudicado ha sido hasta ahora don Daniel Soley,
quien tuvo que abandonar su cargo, aunque salió bien librado de la indagatoria
legislativa, a pesar de que todas las baterías estaban dirigidas hacia él. Los
términos en los que trazó su alegato inicial en la Comisión, desinflaron los
cuestionamientos preparados por más de uno. ¿Por qué su contundente descargo no
fue hecho antes?
El interrogatorio al que se
sometió a la señora Brenes y a los señores Jiménez y Soley, deja mucho que desear
de la forma en que buena parte de diputadas y diputados encara estos asuntos,
con preguntas anodinas, con juicios de valor, con prejuicios y hasta con
actitudes francamente machistas. Estos espectáculos no ayudan a mejorar la
alicaída imagen de la Asamblea Legislativa: al contrario, reafirman la necesidad de revisar
integralmente la forma de elección de los diputados.
Otro asunto: esta es la última
columna de la serie inaugurada hace más de cuatro años. No es un adiós sino un
hasta luego. Otra forma de participación en el devenir político del país
requiere ahora de mi atención. Me dedicaré a ella con la misma actitud crítica
con la que he observado los hechos políticos nacionales e internacionales a lo
largo de mi vida, y con el mismo propósito: contribuir al mejoramiento de la
sociedad y la política costarricense.
Agradezco a Diario Extra y los
editores de Página Abierta el haberme permitido comunicar mis ideas y opiniones
en todos estos años. No sé si lo logré, pero lo hice con el afán de ayudar a esclarecer
los no siempre transparentes hechos políticos. Espero volver a estas páginas en
algún momento en el futuro próximo.