martes, 9 de diciembre de 2014

El huevo o la gallina

Las discusiones sobre las finanzas públicas, como lo hemos señalado varias veces, no rebasan en la mayoría de los casos el nivel de pulpería. Dicho esto con todo respeto para los propietarios de esos establecimientos, por cierto hoy casi desaparecidos del territorio nacional o bien reciclados por laboriosos emigrantes como "minimarkets".

Es la mala filosofía que solamente se puede gastar lo que se recauda. Si se incumple con ese precepto inevitablemente caeremos en la bancarrota. Y también está prohibido cualquier intento de elevación de impuestos, sobre todo al capital, so pena de asustarlo indebidamente. Se reclama la falta de inversión pública en servicios esenciales, que se atribuye al elevado gasto gubernamental en salarios, pensiones y demás, y se insiste en que todo se resolvería con tijeretazos a diestra y siniestra, sin ton ni son, porque el déficit ha alcanzado niveles inaceptables para la economía del país.

Por supuesto que no se hacen distinciones entre gastos e inversiones, y entre endeudamiento para enfrentar el gasto corriente y el endeudamiento productivo a mediano y largo plazo. No se discute, además, con base en un programa de desarrollo nacional, con metas claramente establecidas en educación, salud, infraestructura vial y modernización de aeropuertos y puertos. Cuando se osa hablar de reformar la estructura impositiva, abundan los que se paran en la escoba, haciendo  oposición cerrada a cualquier proyecto que lleve esa intención. O, en el mejor de los casos, se condiciona la aprobación de iniciativas con esos fines a la disminución del gasto del gobierno y las instituciones públicas, y al mejoramiento de su eficiencia.

¿Qué es lo primero: los impuestos o la transformación de la institucionalidad pública? ¿El huevo o la gallina? Condicionar una cosa a la otra es dar vueltas en círculo; ambas son igualmente necesarias y se debería avanzar en su logro simultáneamente. Es cierto que hay un problema de eficiencia en el funcionamiento institucional y de capacidad de gestión, aun cuando se disponga de recursos, como sucede con algunos préstamos. Y también hay gasto innecesario; pero igualmente  cierto es que muchas instituciones fueron colocadas en la fila de las posibles privatizaciones y vieron por tanto cercenados sus recursos. Como aquella ocurrió a medias, se quedaron en una especie de limbo: cargadas de funcionarios y trabajadores, pero carentes de presupuesto operativo. Otras vieron crecer sus planillas innecesariamente, por razones políticas.


En resumen, gobiernos van y vienen, cada vez con menos recursos para inversión, postergando una y otra vez las tareas urgentes que el país necesita realizar en la economía y el bienestar social. Dos intentos de reforma tributaria se han realizado en lo que va del siglo. Ambos fracasaron porque fueron torpedeados por quienes se benefician con la situación actual. ¿Por cuánto tiempo más se podrá impedir una reforma tributaria?

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