No recuerdo otro inicio de gobierno más complicado que el
actual. Una situación totalmente
inesperada, porque el elevado apoyo alcanzado por Solís en la segunda ronda,
inédito en la historia política reciente del país, hacía pensar que pasadas las
carreras para conformar el gabinete, se entraría en una etapa de relativa
tranquilidad para que el nuevo Presidente pudiera maniobrar con calma, colocar sus
fichas y comenzar la difícil faena de ensayar respuestas a los retos que
enfrenta su administración.
Pero no fue así: empezó en medio de una huelga, y no
precisamente por culpa del presidente Solís y de sus ministros, sino como
producto de un problema viejo que el anterior gobierno intentó solucionar a
destiempo. Una huelga justa, creo yo, porque es inadmisible que a un educador,
que como cualquier otro asalariado adelanta su trabajo para recibir el pago
después, no se le cumpla a tiempo con la obligación adquirida. No importa el
número de personas que no recibieron el salario que les correspondía, el hecho
es que hubo incumplimiento en el contrato de trabajo por parte del empleador.
Pero la huelga se inició en un gobierno y continuó en otro,
con un Presidente que había reconocido de antemano la justeza del movimiento y
la necesidad de una solución inmediata al problema de atraso salarial. Me
parece, entonces, que un compás de espera se imponía por parte de las
dirigencias sindicales, porque, además, se estaba afectando el derecho a la
educación de millares de niñas, niños y adolescentes que acuden diariamente a
escuelas y colegios públicos. Una población escolar proveniente en su mayoría
de los sectores sociales de menores ingresos, que no tiene acceso a los
establecimientos privados, que por supuesto no pararon. La huelga fue también,
entonces, un conflicto entre los derechos de unos y de los otros.
También fue una medición de fuerzas entre sectores
sindicales y el nuevo gobierno, prueba de la que salió airoso a pesar de lo
prolongado del conflicto. En particular me parece que la ministra de educación,
Sonia Marta Mora, dio muestras claras de su capacidad de manejo de conflictos
laborales y políticos. Como se dice popularmente, “le salvó la tanda” al
presidente Solís en una confrontación que tuvo una clara arista política, más allá
de las intensiones manifiestas de algunos dirigentes y de las justas demandas
de los educadores y personal administrativo perjudicados por los atrasos. La
victoria de Solís sigue levantando roncha en algunos sectores de la derecha y
de la izquierda.
Después de tres semanas de estar fuera del país, tengo la
sensación que se mantiene la conexión establecida entre el presidente con el
grueso de la ciudadanía en la última fase de la campaña, a pesar de la huelga y
de algunas contradicciones y patinazos inevitables por la falta de experiencia
en el manejo de los asuntos públicos de ciertos personeros del gobierno. Pero
ojo, que los enamoramientos a veces acaban abruptamente.
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