A estas alturas del
proceso electoral hay un candidato que va adelante, ciertamente, pero dentro de
un inédito panorama de indecisión electoral.
Los estrategas de la campaña de Johnny Araya insisten en que las
elecciones están prácticamente ganadas, apoyándose en una lectura inexacta de
los datos arrojados por la controvertida encuesta de Borge y Asociados. Han pagado páginas en los periódicos con un
engañoso gráfico, según el cual su candidato obtendría el 50,1% de los votos
válidos.
Pero manipulan los
datos y omiten información vital: del
total de la muestra el 37% de las personas entrevistadas no respondió o dijo no
saber por quién votar, y el 22,8% indicó que no votará por ninguno de los
candidatos. Es decir, que prácticamente
el 60% de las personas no sabe por quién votar o si lo hará en las elecciones
de febrero.
Otras veces nos hemos
ocupado de las encuestas, de su utilidad, sus limitaciones y también del manejo
inadecuado que a veces se hace de sus resultados. Sobra decir que las consideramos herramientas
útiles para el conocimiento de realidades sociales y políticas. Pero la lectura de los resultados tiene que
hacerse con cuidado, so pena de caer en interpretaciones erróneas, como en el
caso que comentamos.
Se supone que las
instancias académicas o las empresas que las realizan lo hacen ateniéndose a
los cánones científicos establecidos internacionalmente, que no “cocinan”
resultados y que observan estrictos códigos éticos en el uso de la información
que se extrae de las personas entrevistadas.
Lamentablemente no siempre se puede dar fe del manejo correcto de los
instrumentos de recolección y procesamiento de los datos, sobre todo en las
encuestas políticas, dado el hermetismo con que se manejan.
El problema es que dichas
encuestas se usan también para impresionar audiencias, aunque con resultados dudosos,
según opinan los expertos. Pero como la
mayoría de la población no maneja el “abc” de los métodos de investigación e
interpretación de resultados, se confunden ante publicaciones como la señalada. Porque se da como un hecho la victoria de un
candidato dentro de un escenario incierto, se minimizan las posibilidades de
los otros y se hace caso omiso de una de las particularidades de las encuestas
políticas: la posibilidad de una rápida pérdida
de validez de los resultados, sobre todo en situaciones tan abiertas como la
actual.
En interpretaciones como
la señalada, lo real y lo engañoso de los resultados de una encuesta se juntan,
y en esa tarea contribuyen algunos periodistas que buscan titulares de primera
plana y que, ingenuamente o sabiendo muy bien lo que hacen, se lanzan por el
despeñadero de las deducciones antojadizas sin la mínima crítica.
El TSE exige una serie
de requisitos a las empresas y a las instancias académicas que hacen encuestas políticas
en períodos electorales. ¿No debería también
verificar la calidad de los resultados que se divulgan?
Parece que en todo lo que tiene que ver con el manejo de la falacia en política, que incluye la manipulación de números y estadísticas, la sensación generalizada es que la existencia de estas cosas es una opinión subjetiva. Esto es falso. Las falacias son detectables objetivamente, si bien el grueso del pueblo no tiene experiencia en estas cosas.
ResponderEliminarComo bien se dice, al final la jarana sale a la cara. Efectivamente, la gente está "más pellizcada".
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