lunes, 18 de noviembre de 2013

La disputa de los porcentajes



A estas alturas del proceso electoral hay un candidato que va adelante, ciertamente, pero dentro de un inédito panorama de indecisión electoral.  Los estrategas de la campaña de Johnny Araya insisten en que las elecciones están prácticamente ganadas, apoyándose en una lectura inexacta de los datos arrojados por la controvertida encuesta de Borge y Asociados.  Han pagado páginas en los periódicos con un engañoso gráfico, según el cual su candidato obtendría el 50,1% de los votos válidos. 

Pero manipulan los datos y omiten información vital:  del total de la muestra el 37% de las personas entrevistadas no respondió o dijo no saber por quién votar, y el 22,8% indicó que no votará por ninguno de los candidatos.  Es decir, que prácticamente el 60% de las personas no sabe por quién votar o si lo hará en las elecciones de febrero.

Otras veces nos hemos ocupado de las encuestas, de su utilidad, sus limitaciones y también del manejo inadecuado que a veces se hace de sus resultados.  Sobra decir que las consideramos herramientas útiles para el conocimiento de realidades sociales y políticas.  Pero la lectura de los resultados tiene que hacerse con cuidado, so pena de caer en interpretaciones erróneas, como en el caso que comentamos. 

Se supone que las instancias académicas o las empresas que las realizan lo hacen ateniéndose a los cánones científicos establecidos internacionalmente, que no “cocinan” resultados y que observan estrictos códigos éticos en el uso de la información que se extrae de las personas entrevistadas.  Lamentablemente no siempre se puede dar fe del manejo correcto de los instrumentos de recolección y procesamiento de los datos, sobre todo en las encuestas políticas, dado el hermetismo con que se manejan.

El problema es que dichas encuestas se usan también para impresionar audiencias, aunque con resultados dudosos, según opinan los expertos.  Pero como la mayoría de la población no maneja el “abc” de los métodos de investigación e interpretación de resultados, se confunden ante publicaciones como la señalada.  Porque se da como un hecho la victoria de un candidato dentro de un escenario incierto, se minimizan las posibilidades de los otros y se hace caso omiso de una de las particularidades de las encuestas políticas:  la posibilidad de una rápida pérdida de validez de los resultados, sobre todo en situaciones tan abiertas como la actual.

En interpretaciones como la señalada, lo real y lo engañoso de los resultados de una encuesta se juntan, y en esa tarea contribuyen algunos periodistas que buscan titulares de primera plana y que, ingenuamente o sabiendo muy bien lo que hacen, se lanzan por el despeñadero de las deducciones antojadizas sin la mínima crítica. 

El TSE exige una serie de requisitos a las empresas y a las instancias académicas que hacen encuestas políticas en períodos electorales.  ¿No debería también verificar la calidad de los resultados que se divulgan?

2 comentarios:

  1. Parece que en todo lo que tiene que ver con el manejo de la falacia en política, que incluye la manipulación de números y estadísticas, la sensación generalizada es que la existencia de estas cosas es una opinión subjetiva. Esto es falso. Las falacias son detectables objetivamente, si bien el grueso del pueblo no tiene experiencia en estas cosas.

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  2. Como bien se dice, al final la jarana sale a la cara. Efectivamente, la gente está "más pellizcada".

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