Lo sucedido el primero de
mayo ha sido objeto de amplios y sesudos análisis. Sin embargo, creo que nadie
se ha preguntado sobre el sentido de lo que se hace en la Asamblea Legislativa
ese día. Ciertamente, es la fecha de arranque de un nuevo año legislativo,
ocasión en la cual el presidente o presidenta en ejercicio visita la Asamblea
para dirigir una alocución a los diputados y al país. Pero, ¿tiene esa
ceremonia algún significado para el conjunto de la sociedad?
La visita presidencial es una
tradición que se remonta a 1849, cuando José María Castro Madriz inauguró las
sesiones del primer Congreso Constitucional de la recién creada República.
Tradición que se ha mantenido a lo largo del tiempo, aunque en algunos años la
visita ocurrió en otras fechas.
En el discurso que pronunció
Castro Madriz, después de hacer un corto relato de la situación de la naciente
República, dijo que no iba a entrar en los detalles y pormenores de los
diferentes ramos de la administración; que eso lo dejaba para los informes
impresos de los ministros, que debían ser enviados dentro del término
constitucional. Es decir, el sentido original de los mensajes presidenciales
era la apertura del año legislativo, momento apropiado para hacer un examen
general de la situación del país, trazar rumbos y señalar responsabilidades.
Incluso en el inciso 4 del
artículo 139 de la actual Constitución, el énfasis del mensaje escrito que se
pide al presidente o presidenta de la República está colocado en la
perspectiva, en lo propositivo, en el mirar adelante.
Esa intencionalidad se ha
perdido casi totalmente, y los discursos presidenciales del primero de mayo se
han convertido en una aburrida lectura de reales o supuestos logros de la
gestión de ministerios e instituciones, una especie de “lista de supermercado”,
carente de un marco de interpretación que permita su localización dentro de una
cierta perspectiva política.
El segundo informe de la
presidenta Chinchilla siguió esa pauta, fue más de lo mismo. La salsa con que
se sirvió no logró ocultar el carácter de la lista. No hubo un análisis profundo
de la situación del país y de su gobierno, muy maltrecho por los últimos
acontecimientos. El momento era el apropiado para decir hacia dónde quiere
llevarnos en lo que resta de su mandato, y qué es lo que se necesita hacer
desde el ejecutivo y desde el legislativo para el logro de esas metas.
No se cuánta gente escuchó el
mensaje y cuánta siguió con algún nivel de atención lo que pasó en la Asamblea
ese día. Pese a que los medios se vuelcan sobre esos actos, me temo que es una
minoría la que realmente siente que lo que ahí sucede tiene alguna conexión con
su vida cotidiana. De lo que estoy seguro es que este primero de mayo no se
produjo ningún cambio de vía del tren de la política, que siguió circulando por
una que se separa cada vez más de la que sigue el tren de la sociedad. ¿Hasta
cuándo será posible aguantar esa separación?
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