Una fría mañana de estas, comiéndonos un delicioso tamalito, acompañado de café negro, un grupo de colegas comentábamos acerca de los efectos en la opinión pública de la entrevista televisiva realizada a José María Figueres.
Según el sondeo telefónico hecho por la firma Borge y Asociados, el 61,3% de las personas que la vieron, considera que fue montada. Un porcentaje alto, dentro de los límites del sondeo, que movió al entrevistador a salir inmediatamente a defenderse, a pesar que él mismo afirma en su artículo en La Nación, que la "La entrevista se defiende sola". Pero mejor aclarar, porque la gente, dado que no pocas veces le han metido gato por liebre, se ha vuelto muy desconfiada. Y en buena hora.
Sin embargo, como lo muestran el sondeo y la evidencia impresionista, esto es, las conversaciones con amigos y extraños y los comentarios que se oyen en la calle, es que la entrevista "pegó" en un sector de la ciudadanía, y que, por tanto, los objetivos buscados por Figueres y sus allegados, se logró en buena medida: el 43,3% de las personas que vieron la entrevista, afirma que fue "sincero" y "muy sincero".
Es decir, que para estas personas, seguramente la mayoría constituida por simpatizantes liberacionistas, las vagas explicaciones que dio sobre su participación en el asunto ALCATEL fueron satisfactorias y, lo más preocupante, que, por encima de cualquier explicación, pudo más en el ánimo de estas gentes la queja acompañada de suspiros sobre los años que lleva sin comerse un tamal en diciembre. El "efecto tamal", como dijo una distinguida y aguda colega que desayunaba a la par nuestra.
De ser el expresidente peor calificado en las encuestas, Figueres asciende, aparentemente, de nivel. Años de silencio o de explicaciones a medias quedaron en el olvido. Ciertamente, la Fiscalía dijo que no había delito, pero ¿en qué quedamos en el plano de la ética? Porque la contratación y el pago, se diga lo que se diga, fue para influir, de alguna manera, en una decisión que tenía que tomar el ICE.
Errores en la función pública y en la acción política se pueden cometer, y se cometen a diario; pero hay errores y "errores". ¿Cómo se puede exigir transparencia en la política y honestidad en la función pública si estamos dispuestos a disimular o perdonar fácilmente algunos de estos "errores"? Mal estamos si nos damos por satisfechos con explicaciones a medias y nos conmovemos fácilmente ante golpes de efecto destinados a evadir el reconocimiento de las responsabilidades y, en el caso que nos ocupa, a reconocer que lo ocurrido es éticamente reprobable. Ojalá el efecto tamal sea pasajero.
No favorezco el linchamiento mediático, pero me repugna la memoria flaca y la condescendencia irresponsable.
Y con esta me despido… por este año. Felices fiestas y lo mejor para todas y todos en el 2012. Estaremos de vuelta en la segunda semana de enero.
(si no desea recibir más la columna indíquemelo por favor. ¡Gracias!)
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