Es bueno recordar en estos días a Nelson Mandela, el líder
sudafricano, quien nació un 18 de julio, en un momento en que la violencia, con
sus secuelas de muerte y destrucción, asola a varias regiones del mundo, en
particular el medio oriente. Tuve oportunidad de visitar recientemente el penal
de la Isla Robben, frente a
Ciudad del Cabo, donde pasó 17 de los 27 años que estuvo en prisión.
Pasó todos esos años en una estrecha celda sin retrete, con un jergón tirado en
el suelo en lugar de cama y una manta que seguramente servía poco para combatir
los rigores del invierno sudafricano.
Las duras condiciones del cautiverio y las humillaciones que
sufrió no fueron suficientes para debilitar sus ansias de libertad para la
mayoritaria población negra de ese país, arrinconada política y socialmente por
el apartheid, ni tampoco para amargarlo y cargarlo de odios y rencores. De la
prisión emergió un pacifista decidido a construir un país inclusivo para negros
y blancos. Sudáfrica no ha resuelto todos sus problemas, sigue siendo un país
desigual socialmente, con una mayoría pobre que lucha por mayores oportunidades
educativas y mejores condiciones de vida, pero sin la violencia racial de
antaño.
Me pregunto si no es un ejemplo a seguir en otras regiones del
mundo, donde los conflictos originados en diferencias étnicas y religiosas
siguen causando elevadas pérdidas en vidas humanas y devastaciones territoriales.
La lucha entre israelíes y palestinos por un mismo territorio no parece tener
solución con base en planteamientos pasados. La ilegal colonización israelí ha
parcelado y disminuido el territorio que hasta hace algunos años habría sido el
asiento de un estado palestino y ha confinado a sus nacionales a estrechos
espacios que recuerdan los ghettos judíos
de otras oscuras y violentas épocas de la humanidad.
Si la idea de un estado palestino se ha vuelto prácticamente
imposible de recuperar, en el horizonte, aún con contornos difusos, comienza a
perfilarse un estado con dos naciones viviendo en un mismo territorio, con un
diseño político que asegure la paz, la igualdad y la cooperación. Con los odios
acumulados a lo largo de muchas décadas, esta solución parece hoy utópica.
Pero, ¿cuál otro camino es posible de recorrer? Los palestinos no pueden seguir
viviendo en las condiciones de segregación y hacinamiento de hoy, en particular
en la bombardeada Gaza. No pueden ser aniquilados como quisiera los sectores más
fanáticos y guerreristas israelíes, como tampoco los israelíes pueden ser
echados al mar, como quisieran los grupos extremistas palestinos.
Quizás el futuro nos lo están mostrando personas como Daniel
Baremboin, el afamado pianista de origen judío, quien fundó la West-East Divan
Orchestra, integrada por jóvenes israelíes y palestinos, y quien viaja con
pasaporte palestino en protesta por la equivocada y violenta política ejercida
por el Estado de Israel en la región.
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