Regresó la Selección de Fútbol y fue objeto de un jubiloso y masivo recibimiento, bien ganado por su alto desempeño en Brasil. Con ese acto finalizó una etapa de ilusiones y encantamiento colectivos. Ahora el “orgullo de ser tico” tendrá que enfrentarse a la dura realidad de un país cuya dinámica interna no corresponde a la exhibida por la “sele”.
Durante las semanas anteriores el gobierno gozó de un bono extra de popularidad. Con la atención ciudadana mayoritariamente colocada en lo que sucedía en Brasil, los patinazos se podían disimular y así sucedió; pero al volver la atención a enfocarse hacia lo que sucede dentro de nuestras fronteras, la situación va a cambiar rápidamente. Aunque el “bono” bien podría extenderse hasta el esperado mensaje presidencial de los cien días, que según se ha dicho, develará la calamitosa realidad en que se encontró al sector público después de dos administraciones liberacionistas. Ocasión en la cual, también se ha dicho, se anunciarán los principales ejes alrededor de los cuales girarán las políticas públicas del gobierno de Luis Guillermo Solís.
A su gobierno le tocó despegar forzadamente en una pista muy corta: el espacio entre la segunda ronda y el 8 de mayo, con la Semana Santa en medio. Además, tuvo que enfrentar una situación heredada de huelga, que demandó esfuerzos extraordinarios que deberían haberse dedicado a otros propósitos. Es el primer gobierno de un partido que estuvo doce años en la oposición, que crecía numéricamente en los períodos electorales, sin lograr sólidas estructuras permanentes y una consistente dirigencia de carácter nacional, aglutinada alrededor de un programa coherente y permanente de acción.
Pero el cambio había que darlo y la mayoría ciudadana así lo entendió. No era posible continuar bajo la dirección de un partido que se había apropiado, junto con sus aliados, del Estado. Así como Luis XIV afirmaba que él encarnaba al Estado, la elite liberacionista ha de haber pensado lo mismo, sin verbalizarlo del todo. Porque, ¿de qué otra forma se pueden entender las afirmaciones hechas en campaña de que ellos eran los únicos que sabían lo que debía hacerse en el país, y los únicos que tenían los cuadros adecuados para hacerlo?
Por supuesto que es sumamente discutible que después de ocho años de gobiernos liberacionistas dando tumbos, que la elite de ese Partido se atribuya una sabiduría que no tiene. Si el grueso de la ciudadanía les hubiera seguido, la situación hubiera ido de mal en peor y, además, las corruptelas que empiezan a salir seguramente habrían aumentado y permanecido ocultas.
Se necesitaba introducir nuevo aire dentro de la administración pública, aunque se tuviera que pagar un costo por el período de aprendizaje por el que tendrían que pasar la mayoría de los nuevos funcionarios y funcionarias. Pero todo en la vida tiene un término y ese período está llegando a su fin. ¿Estarán conscientes de ello?
Durante las semanas anteriores el gobierno gozó de un bono extra de popularidad. Con la atención ciudadana mayoritariamente colocada en lo que sucedía en Brasil, los patinazos se podían disimular y así sucedió; pero al volver la atención a enfocarse hacia lo que sucede dentro de nuestras fronteras, la situación va a cambiar rápidamente. Aunque el “bono” bien podría extenderse hasta el esperado mensaje presidencial de los cien días, que según se ha dicho, develará la calamitosa realidad en que se encontró al sector público después de dos administraciones liberacionistas. Ocasión en la cual, también se ha dicho, se anunciarán los principales ejes alrededor de los cuales girarán las políticas públicas del gobierno de Luis Guillermo Solís.
A su gobierno le tocó despegar forzadamente en una pista muy corta: el espacio entre la segunda ronda y el 8 de mayo, con la Semana Santa en medio. Además, tuvo que enfrentar una situación heredada de huelga, que demandó esfuerzos extraordinarios que deberían haberse dedicado a otros propósitos. Es el primer gobierno de un partido que estuvo doce años en la oposición, que crecía numéricamente en los períodos electorales, sin lograr sólidas estructuras permanentes y una consistente dirigencia de carácter nacional, aglutinada alrededor de un programa coherente y permanente de acción.
Pero el cambio había que darlo y la mayoría ciudadana así lo entendió. No era posible continuar bajo la dirección de un partido que se había apropiado, junto con sus aliados, del Estado. Así como Luis XIV afirmaba que él encarnaba al Estado, la elite liberacionista ha de haber pensado lo mismo, sin verbalizarlo del todo. Porque, ¿de qué otra forma se pueden entender las afirmaciones hechas en campaña de que ellos eran los únicos que sabían lo que debía hacerse en el país, y los únicos que tenían los cuadros adecuados para hacerlo?
Por supuesto que es sumamente discutible que después de ocho años de gobiernos liberacionistas dando tumbos, que la elite de ese Partido se atribuya una sabiduría que no tiene. Si el grueso de la ciudadanía les hubiera seguido, la situación hubiera ido de mal en peor y, además, las corruptelas que empiezan a salir seguramente habrían aumentado y permanecido ocultas.
Se necesitaba introducir nuevo aire dentro de la administración pública, aunque se tuviera que pagar un costo por el período de aprendizaje por el que tendrían que pasar la mayoría de los nuevos funcionarios y funcionarias. Pero todo en la vida tiene un término y ese período está llegando a su fin. ¿Estarán conscientes de ello?
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