Aunque
el proceso electoral no finaliza todavía, es posible señalar algunos aspectos
que convendría revisar. De acuerdo con
un análisis preliminar realizado en conjunto con un grupo de colegas, el aporte
estatal sigue ofreciendo problemas.
Ha
quedado claro que es excesivo el monto del 0,19% del PIB fijado en el artículo
96 de la Constitución Política, como contribución del estado al financiamiento
de las campañas electorales. Podría ser
mucho menor; seguramente entre el 0,08% y el 0,11% del PIB sería
suficiente. La desaparición de las
plazas públicas y la pérdida de importancia de la propaganda en medios
significa una considerable reducción de los gastos, reducción que podría ser
mayor si se da un paso adelante para hacer más equitativa la presencia de los
partidos en televisión, radio y prensa escrita.
El Tribunal Supremo de Elecciones podría destinar una suma para hacer la
contratación de espacios, que se distribuirían de acuerdo a una fórmula que combine
el peso electoral de los partidos establecidos y la necesidad de los nuevos de
darse a conocer. Vale la pena revisar la
experiencia de México en este aspecto.
Los
bancos se han convertido en actores de primer orden en los procesos
electorales. A ellos deben recurrir los
partidos para negociar adelantos, generalmente en condiciones
desfavorables. Los bancos sueltan el
dinero o lo retienen de acuerdo con criterios de bolsa, es decir, de
rentabilidad de la inversión. Esta
intervención distorsiona el principio constitucional, pues en la búsqueda de
financiamiento real y oportuno, los partidos caen en manos de bancos que, además
de ganar mucho dinero con las operaciones, pueden torcer los resultados finales
de un proceso electoral, según abran o cierren la llave del
financiamiento. El uso de las encuestas
políticas para la reducción del riesgo ha mostrado sus límites en un escenario
donde un sector considerable del electorado no emite opinión. Se impone entonces una revisión a fondo del
mecanismo definido por el TSE.
De
acuerdo con informaciones de medios, los votos en el exterior triplicaron el
costo estimado, debido a que solamente se presentaron a votar 2.771 personas,
de las 12.654 que se habían inscrito. La
alta inversión y los magros resultados obtenidos, a pesar de su interesante
significado simbólico, también obliga a replantear el procedimiento. En un mundo donde a diario ocurren
innovaciones en las tecnologías de información y comunicación seguramente se
podrán encontrar otras formas seguras de involucrar en los procesos electorales
a las poblaciones de ticos en el exterior, que no demanden traslados tan
costosos de personal y de material para el fisco. Pero también costos elevados en tiempo y
dinero para muchos de los posibles votantes, porque no viven cerca de los
consulados donde se instalaron las mesas de votación. El sistema implementado conlleva entonces un
principio de discriminación que debería eliminarse.
Podemos distinguir entre aporte público estatal y transferencias de dinero público. Por ejemplo, ceder espacios en medios de comunicación que utilizan bienes públicos, como el espectro radioeléctrico por ejemplo, puede ser una forma de aporte público estatal; con el antecedente de los debates con representantes de todos los partidos. El transporte público podría ser otro campo para explorar. Pero claro, los líderes de los partidos prefieren el metal, sin duda, por razones múltiples.
ResponderEliminar