Decía Lincoln: "Hay momentos en la vida de todo político, en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios." Traigo a colación la frase, porque me parece que algunos políticos locales no saben cuándo deben hablar y cuando no despegar los labios. La auto contención y la prudencia son virtudes que algunos no desarrollaron a tiempo y se van de lengua arrastrados por la adrenalina del triunfo o la derrota, sin medir las consecuencias inmediatas o futuras de lo que se dice. No voy a dar nombres; ustedes seguramente podrían señalar varios.
Las encuestas políticas: ¿se equivocaron o no? La mayoría ciudadana no comprende por qué hay contradicciones entre resultados de encuestas realizadas en el mismo período de tiempo. Y como las explicaciones han sido insuficientes y a veces incoherentes, pues ha dejado de creer en ellas. Para esa mayoría se equivocaron.
Pero una discusión seria no puede realizarse sin tener a mano cuestionarios y bases de datos. Por supuesto que eso no es posible, porque las casas encuestadoras y los medios que las propician las manejan con criterio de empresas privadas, aun cuando impactan el escenario público. Personalmente creo que una vez publicada la encuesta pasa de hecho a ser de dominio público. Por tanto, uno o dos días después de divulgados los resultados, debería depositarse un informe detallado en el Tribunal Supremo de Elecciones, de manera tal que políticos, analistas e investigadores comprobaran los alcances del método empleado, los resultados obtenidos y los procedimientos estadísticos usados. Así lo hace el Centro de Investigaciones y Estudios Políticos de la UCR. ¿No sería conveniente seguir ese ejemplo de transparencia?
Si se miran los resultados de las encuestas en perspectiva, encontraremos que no anduvieron tan desencaminadas. Bueno, algunas sí. El error de bulto de periodistas y políticos fue asumir que la masa de indecisos se comportaría a la hora de las verdades como el grupo de los decididos. Se armaron entonces escenarios ficticios donde uno de los candidatos casi llegaba al 40%, cuando en realidad estaba bien lejos. No se hizo ningún intento, que yo sepa, de acercarse a los indecisos con otros métodos. Las encuestas como instrumentos de investigación social y política tienen sus límites; más allá de ellos hay que recurrir a otros instrumentos de aproximación a la realidad, si se quiere afinar la mirada.
Hay que investigar también con profundidad los alcances de la llamada “campaña del miedo”. Cierto, hay gente fácilmente impresionable, que votó por Araya mirando hacia otro lado, porque no les hacía gracia el candidato. Pero ni así llegó al 30%. Dos posibles explicaciones: el PLN es más chico de lo que se pensaba, o asustadas y asustados corrieron hacia otras tiendas. Mi hipótesis es que el impacto de ese artimaña de campaña fue menor que en el 2007, cuando el referendo; pero por ahora no puedo probarla.
Las encuestas políticas: ¿se equivocaron o no? La mayoría ciudadana no comprende por qué hay contradicciones entre resultados de encuestas realizadas en el mismo período de tiempo. Y como las explicaciones han sido insuficientes y a veces incoherentes, pues ha dejado de creer en ellas. Para esa mayoría se equivocaron.
Pero una discusión seria no puede realizarse sin tener a mano cuestionarios y bases de datos. Por supuesto que eso no es posible, porque las casas encuestadoras y los medios que las propician las manejan con criterio de empresas privadas, aun cuando impactan el escenario público. Personalmente creo que una vez publicada la encuesta pasa de hecho a ser de dominio público. Por tanto, uno o dos días después de divulgados los resultados, debería depositarse un informe detallado en el Tribunal Supremo de Elecciones, de manera tal que políticos, analistas e investigadores comprobaran los alcances del método empleado, los resultados obtenidos y los procedimientos estadísticos usados. Así lo hace el Centro de Investigaciones y Estudios Políticos de la UCR. ¿No sería conveniente seguir ese ejemplo de transparencia?
Si se miran los resultados de las encuestas en perspectiva, encontraremos que no anduvieron tan desencaminadas. Bueno, algunas sí. El error de bulto de periodistas y políticos fue asumir que la masa de indecisos se comportaría a la hora de las verdades como el grupo de los decididos. Se armaron entonces escenarios ficticios donde uno de los candidatos casi llegaba al 40%, cuando en realidad estaba bien lejos. No se hizo ningún intento, que yo sepa, de acercarse a los indecisos con otros métodos. Las encuestas como instrumentos de investigación social y política tienen sus límites; más allá de ellos hay que recurrir a otros instrumentos de aproximación a la realidad, si se quiere afinar la mirada.
Hay que investigar también con profundidad los alcances de la llamada “campaña del miedo”. Cierto, hay gente fácilmente impresionable, que votó por Araya mirando hacia otro lado, porque no les hacía gracia el candidato. Pero ni así llegó al 30%. Dos posibles explicaciones: el PLN es más chico de lo que se pensaba, o asustadas y asustados corrieron hacia otras tiendas. Mi hipótesis es que el impacto de ese artimaña de campaña fue menor que en el 2007, cuando el referendo; pero por ahora no puedo probarla.
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