Habíamos señalado en otra columna que en una democracia la
legitimidad del poder político procede de los votos obtenidos en una contienda libre
entre partidos y candidatos. Pero en la
realidad ese poder debe enfrentar constantemente a otros poderes asentados en
la posesión de riquezas y medios de producción, en el control de la
información, en la tradición o en la posibilidad de movilizar grupos y
categorías sociales. Son poderes de
hecho, que en la jerga de la ciencia política se conocen con el nombre de
“poderes fácticos”.
Éstos han estado presentes más o menos discretamente en la
mayor parte del proceso electoral que aún continua; pero en los días siguientes
a la elección del 2 de febrero, algunos decidieron abandonar la discreción y
mostrarse abiertamente, llamando a cuentas a los dos candidatos en competencia
para la final del 6 de abril. Los
empresarios han mantenido encerronas con ambos candidatos, con poco flujo de
información para el conjunto de la ciudadanía.
Los medios han realizado ejercicios para definir perfiles de ministras y
ministros, con la intención de influir solapadamente en el juego de los
nombramientos. No se ha quedado atrás la
jerarquía de la iglesia católica, que también ha convocado a sus cónclaves a
los candidatos.
A los empresarios y a algunos medios les interesa
asegurarse, alejado el supuesto peligro chavista, que la política económica del
gobierno no vaya a dar un vuelco y que algunas de sus propuestas sean
contempladas por quien tomará las riendas del ejecutivo el 8 de mayo. No quieren cambios en unas reglas de juego
que les han favorecido, aunque hayan provocado importantes desajustes
sociales. La jerarquía de la iglesia católica
tampoco quiere cambios en temas como fecundación in vitro, aborto y uniones de
personas del mismo sexo.
Por supuesto que tiene derecho a plantear sus puntos de vista
en esos temas; pero no a imponer sus tesis, amenazando de hecho con recurrir a
su influencia sobre la masa de las y los creyentes. Es inaceptable que trate así de convertirse
en un actor directo del proceso electoral que culmina en abril. ¿De qué otra manera puede interpretarse la
exigencia hecha pública por su vocero, de la inclusión en las discusiones que
se avecinan de los tres temas mencionados?
Es una intromisión intolerable en un ámbito que no le corresponde.
Pareciera que los aires de modernidad que soplan en el
Vaticano desde el nombramiento del papa Francisco no se han colado aún entre
las sotanas de dicha jerarquía, y todavía predomina en sus miembros la idea de
una iglesia no solamente muy conservadora sino sumamente atada al poder terrenal. Algo así como la iglesia española, que no
termina de desembarazarse de su pasado franquista.
Está sociedad está cambiando rápidamente; pero, cuidado,
porque todavía el espíritu de lo muerto amenaza con acogotar a los vivos, con
la complicidad de algunos políticos oportunistas.