A
estas alturas de la lucha electoral subsisten dudas sobre el comportamiento de
los votantes el próximo 2 de febrero.
Las encuestas realizadas hasta ahora no han ahondado en las motivaciones
tanto de las personas decididas a votar por un candidato como las de quienes
todavía insisten en no saber por quien hacerlo. A lo mejor han preguntado, pero no han hecho
públicos los resultados.
Antes
de la mal llamada tregua navideña, porque los candidatos, los medios y las
redes sociales no se dieron por enterados de su existencia, en el grueso del
electorado predominaba la intención de castigar a Liberación Nacional y a su
candidato por los resultados de ocho años de gobiernos liberacionistas, sobre
todo por los abundantes yerros y los escándalos de corrupción del que está terminando. Pero puede haberse producido un cambio, al
irrumpir en la escena la cuestión ideológica de mano del Frente Amplio y su
candidato José María Villalta, quien empezó a mostrar una fuerza inusitada según
las encuestas.
Ni
lerdos ni perezosos los estrategas de Araya, que hasta entonces habían cometido
grandes errores, incluyendo su torpe "contráteme", de pronto se
encontraron con una veta que podría encumbrar a su candidato: el temor a un gobierno de corte supuestamente
chavista, encabezado por Villalta. Y por
ahí se han ido, apostando a que el grueso de los indecisos termine moviéndose
por motivaciones irracionales, dejando de lado las debilidades de la
candidatura de Araya y diluyendo el otro temor en juego: cuatro años más de lo mismo o de algo peor
bajo otro gobierno del PLN. Es decir,
que los votantes temerosos de un hipotético gobierno del Frente Amplio preferirían
al malo conocido que al bueno por conocer, y se agruparían, aunque a regañadientes,
alrededor de Araya.
En
la campaña se ha introducido entonces lo que algunos denominan un "tema
transversal", que podría adquirir la primacía, desviando el foco de la
atención. De esa manera la evaluación
negativa del gobierno de Chinchilla y las debilidades de Araya pasarían a un
segundo plano, así como las posibilidades de crecimiento de otras candidaturas.
Pero
la polarización tiene sus riesgos, como lo mostró el referendo de 2007. Porque tiende a borrar fronteras de uno y de
otro lado, reagrupando a los votantes con resultados imprevistos. ¿Y si resulta que los asustados y las
asustadas no son tantos? ¿Y si el
intento de polarización falla y los votantes se mueven en otras direcciones? ¿Y
si la mayoría silenciosa resulta más perspicaz que los estrategas anclados en
el pasado y empuja a una segunda ronda para forzar reacomodos de fuerzas?
Quizás
sería lo más sano para el país. Obligaría a
negociaciones abiertas y a coaliciones basadas en propuestas concretas de
gobierno, incluyendo el señalamiento de nombres para encabezar ministerios y
otras instituciones, así como la construcción de mayorías legislativas sobre
otras bases. Algo así como un gobierno
de salvación nacional.
Pero,
¿seguirá el juego tan abierto?
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