En la columna anterior intentamos mostrar, sin maquillajes,
una de las caras de las elecciones. A
algunas personas no les gustó, pero como comentó un amigo en Facebook, lo
escrito es “Terriblemente cierto, terriblemente fatal”.
Veamos con otro aspecto.
Se supone que las elecciones son también un procedimiento de premios y
castigos para los candidatos y partidos contendientes. Si su desempeño en el gobierno y parlamento
ha sido bueno, electoras y electores les premiaran votando por ellos. Si no ha sido así, les castigaran y no les
elegirán o reelegirán.
Sin embargo, para buena parte de las personas el voto no es precisamente
un acto racional. Lo ideal es que así
fuera, pero todavía muchas votan por un partido o candidato por razones
puramente emotivas o subjetivas. La
tradición parece ser todavía factor importante para algunos grupos de personas;
también la simpatía o antipatía que despierta un candidato o el miedo que
provoca. Pero, por supuesto, depende mucho del momento político de una sociedad
concreta.
La mayoría ciudadana seguramente acudirá a las urnas el
próximo 2 de febrero. Si la objetividad
predominara, el Partido Liberación Nacional y su candidato deberían sufrir una
contundente derrota. El descontento con
el gobierno actual de ese partido es muy elevado e impera la opinión
generalizada de que lo mejor para el país es que pasara unos cuantos años en la
oposición. Además, el candidato no despierta
las pasiones que otros despertaron en el pasado, ni ofrece garantías de que se
pueda producir el cambio que cacarea en la orientación seguida por los dos últimos
gobiernos del PLN: el actual y el
anterior.
Pese a ello podría ser electo, en primera o segunda ronda,
porque los dos candidatos de oposición que están en las primeras posiciones,
según las encuestas, despiertan también sentimientos de desconfianza en algunos
de los sectores de votantes, independientemente si están hartos o no de las
administraciones liberacionistas. Menuda
disyuntiva para muchas y muchos votantes:
votar por el malo conocido o arriesgarse con el menos malo por conocer.
Quizás lo mejor para el país –ya lo he dicho-- sería no
tomar una decisión definitiva el 2 de febrero, sino disminuir a dos el número
de aspirantes presidenciales y obligarlos a un ejercicio de concertación con
otras fuerzas políticas y grupos de la sociedad civil, en pos de planteamientos
que aseguren soluciones reales, sin extremismos, a los ingentes problemas
nacionales, tantas veces señalados y diagnosticados. Así podríamos votar conscientemente y con
tranquilidad, el domingo 6 de abril.
Pero los deseos de un columnista no son más que eso: deseos.
Será la mayoría ciudadana la que decida el próximo domingo, dentro del
menú de opciones que se le ofrece. A lo
mejor hay sorpresas, porque en una situación de incertidumbre electoral como la
que vivimos, una liebre bien podría saltar en el último momento.
¿Está pensando en alguna?