Al final de la manifestación convocada por la jerarquía de
la Iglesia Católica en apoyo a la familia "conforme el
diseño de Dios", el Obispo Angel Sancasimiro conminó a los candidatos
presidenciales a manifestar abiertamente su posición sobre la vida, el
matrimonio y el aborto. Aunque
posteriormente aclaró, en entrevista concedida a La Nación, que “…la Iglesia no
quiere, en ningún momento, obligar a nadie a que se pronuncie sobre un tema
concreto”, lo cierto es que su petición sonó a exigencia.
Vivimos en un régimen de respeto a las libertades civiles,
lo que significa que nadie puede ser molestado, censurado o perseguido por
expresar lo que piensa o dice. La discrepancia
y la disidencia son la savia de la vida en democracia, y la tolerancia y el
respeto hacia el pensamiento divergente son virtudes dentro de un estado que se considere democrático.
Sin embargo, las manifestaciones de Sancasimiro no son las
de un ciudadano más, sino las de un connotado representante de la jerarquía
católica, expresadas ante miles de fieles, en medio de una campaña electoral en
el cual la mayoría de potenciales electores todavía no manifiesta abiertamente
sus opciones de voto. En esas circunstancias
sus palabras pueden tener un gran peso en las decisiones que tomen, con miras a
las elecciones de febrero próximo, muchas de las personas que profesan la fe
católica, que como se sabe, todavía son mayoría en el país.
Si bien es cierto que no dijo abiertamente por quién votar, indirectamente
estaba llamando a no hacerlo por aquellos candidatos cuyas posiciones no
coincidan con las sostenidas por la Jerarquía católica en temas como el aborto,
la fecundación in vitro y las uniones entre personas del mismo sexo. Pero, ¿son acaso estos temas los llamados a
convertirse en los principales ejes de la actual discusión electoral? No negamos su importancia, así como la
necesidad de un debate serio alrededor de ellos, pero no durante un proceso
electoral y mucho menos invocando las creencias religiosas de una parte del
electorado.
Este es un país trabado en muchos aspectos, con una
institucionalidad estatal ineficiente, con una corrupción política indudable, con
índices de pobreza que no descienden, con una mayor desigualdad social, con un
desempleo elevado y con un alto porcentaje del empleo en malas condiciones. Como sociedad enfrentamos una situación
complicada, y no podemos cometer la torpeza de elegir o no a un candidato por
lo que piensa sobre el aborto, la fecundación in vitro y las uniones entre
personas del mismo sexo.
No se vale, entonces, intentar, usando los credos religiosos,
que nos enfrasquemos en esta clase de polémicas, que impiden centrarnos en lo
esencial. ¿Quién podría resultar favorecido? ¡Ojo con las cortinas de humo!