Es posible hacer varias lecturas de
lo sucedido el 11 de abril en Alajuela. Unas más narrativas y denunciantes, y
otras más inclinadas hacia el análisis de lo ocurrido dentro de la evolución
política del país. Resumo esto último con una pregunta: ¿lo que pasó en
Alajuela muestra con claridad, incluso espacialmente, la ruptura existente
entre ciudadanía, gobernantes y políticos?
Escuchando y leyendo los comentarios
de personas entrevistadas por los medios, así como las acotaciones hechas por
los mismos periodistas, salta un común denominador: el señalamiento y la queja
de la división tajante de lo que antes estaba reunido. Hasta ese día la
celebración de la hazaña de Santamaría congregaba en un solo espacio a todos y
todas. El 11 del cuatro del 13 aparentemente separó a unos y otros. Por un
lado, la presidenta Chinchilla, sus ministros e invitados, aislados por vallas
y retenes policiales, frente a niños y niñas de preescolar, que no atendían a
los discursos ni entendían lo que pasaba; por el otro, ciudadanos y ciudadanas
de a pie, muchos en actitud de protesta por la concesión de la carretera a San
Ramón, y otros que simplemente no entendían el motivo de la segregación, pero
que terminaron tan indignados como los que protestaban.
Pero no se trata de una separación
accidental, producto del momento. Es una representación vívida de la división
que se ha venido asentando en el país desde finales del siglo veinte, que ha
sido observada a lo largo de todos estos años en movimientos como el “combo del
ICE” y el referéndum de 2007 sobre el TLC, que ahora parece estar llegando a un
punto determinante. Una división que se niega reconocer la mayoría de la “clase
política”, haciendo lo del avestruz o tirando la pelota hacia adelante. Una
división agravada por la “mesa servida” que dejó Oscar Arias, que solamente ha
alimentado a unos pocos e insaciables comensales, y por los desaciertos y la
corrupción que parece se ha establecido en todo lo que toca el actual gobierno.
Se equivocan quienes piensan que se
trata solamente de minorías vociferantes. También quienes piensan que todo se
resuelve con las elecciones de 2014 y un nuevo gobierno. El origen del malestar
es más profundo y no se contiene con vallas, que son saltables, ni con
represión. El descontento es más generalizado de lo que se cree y podría
volverse incontrolable, si no se hace un esfuerzo nacional, más allá de los
partidos, por recuperar lo que es posible y cambiar lo que sea necesario.
No sé si es dable restaurar todo lo
dañado. En todo caso es imposible hacerlo dentro de los límites de este
gobierno, sobre todo porque la presidenta Chinchilla lamentablemente se ha
convertido en digna representante de esa “clase política” ensimismada, incapaz
de leer los signos de los tiempos, que no escucha y que no es capaz de dar
respuestas políticas apropiadas a los problemas que enfrentamos como conjunto.
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