Como la carrera entre precandidatos
del PLN acabó antes de llegar a la convención, no son pocas las
personas que consideran que Johnny Araya tiene el gane en el
bolsillo. Se basan en el hecho que no hay en la oposición un partido
capaz de disputar en solitario el posible, aunque no seguro, triunfo
de Araya, y porque las conversaciones para formar una coalición
opositora no arrojan todavía resultados positivos.
Si las condiciones actuales no
cambian, es posible que esas suposiciones se conviertan en
realidades. Si así fuera, pasaríamos a ser una especie de
observadores pasivos de una campaña política de carácter ritual,
donde se sabría el desenlace de antemano. La incertidumbre en los
resultados característica de los procesos democráticos
desaparecería y las consecuencias de tal hecho para el desarrollo
político costarricense serían sumamente negativas.
Los procesos electorales en las
democracias representativas sirven para que la ciudadanía
periódicamente, mediante el voto, elija o reelija a las personas que
ocuparán las cúspides del poder político, y a quienes les
representarán en el parlamento o asamblea legislativa, por un
determinado número de años. Se supone que es un proceso de
selección de las personas más calificadas para ocupar el cargo;
aunque sabemos que ese requisito no se cumple buena parte de las
veces. No son pocos los incompetentes, charlatanes y corruptos de
todo tipo que se cuelan, desgraciadamente cada vez con mayor
frecuencia.
Son procesos que implican competencia
entre personas y grupos, generalmente organizados en partidos
políticos. La competencia es entonces un aspecto esencial en las
democracias. Me refiero a la competencia abierta, aceptando que casi
nunca es totalmente transparente y que conlleva, por tanto, algún
grado de oscuridad. Porque la ciudadanía vota muchas veces por
candidaturas armadas y sostenidas a sus espaldas, por grupos de poder
político o económico cuyas miras no son precisamente el bienestar
general.
Pese a lo dicho, no es posible que
asistamos impasibles a un proceso electoral sin competencia. Sobre
todo porque el posible ganador, en el mejor de los casos, lo que hará
es dar continuidad a un proyecto político gastado, acomodado a un
planteamiento económico que nos hace muy vulnerables en las actuales
condiciones de crisis planetaria, y con un alto componente de
corrupción.
Pero como no se trata solamente de
combatir por combatir, si se llegara a ensamblar una coalición
opositora, encabezada por un candidato capaz de movilizar las
actuales fuerzas dispersas, tendría que dejar muy claro cuáles
serían las diferencias principales con el liberacionismo. Aunque
quizás sea suficiente con asegurar una especie de gobierno de
transición -honesto eso sí-, que permita soltar amarras de los
liderazgos y partidos del pasado, y agilice la floración de los
nuevos que están en gestación.
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