El
retiro de la precandidatura de Rodrigo Arias dejó, ahora sí, la mesa servida a
Johnny Araya, convirtiéndole en el candidato designado del PLN. No sé si alguna vez la hubo, pero el caso es
que desapareció la incertidumbre en ese Partido, y también desapareció el
peligro de una lucha interna desgarradora.
En la
orfandad quedaron no pocas figuras del mundillo liberacionista, tanto en el
plano nacional como en el local. El
intento de mantener en alto la bandera del llamado arismo, con el montaje a
toda carrera de una candidatura alterna no fructificó, y el grupo va camino a
la desbandada. Muchos seguramente se
acomodarán a la nueva situación, esperando que Araya les tienda, si no la mano,
por lo menos un dedo, pero otros tendrán que resignarse a quedar fuera. Se embarcaron en una nave que no terminó de
zarpar y ahora están en tierra, sin pasaje que les permita abordar el buque
arayista.
Asistimos,
entonces, al principio del fin de lo que se llamó arismo. Fracasó la candidatura de Rodrigo y la
popularidad de su hermano Oscar disminuye a pasos agigantados. Como se dice, ¡a rey muerto, rey puesto!
Pero,
todavía está lejos Araya de ser presidente.
No digo que no llegue a serlo, pero el camino a transitar puede ser muy
duro. Para empezar tendrá que enfrentar
todas las dificultades que implica una candidatura después de dos gobiernos
seguidos del PLN, que cada vez gozan de menor prestigio en el conjunto de la
ciudadanía. Por otro lado, le esperan
intensas negociaciones dentro y fuera del partido. Necesita asegurar las estructuras, para
evitar que en las diputaciones se filtren personas que no son de su confianza,
pero a la vez tendrá que hacer concesiones en nombramientos, que le otorguen
firmeza interna a su candidatura.
Aunque
no esté pensando en separarse del camino seguido por las administraciones de
Arias y Chinchilla en materia de política económica y social –recuérdese que
estuvo beligerantemente a favor del TLC--, necesita asegurar también el apoyo
del grueso del sector empresarial. Es
decir, debe darle garantías de que “volver a las raíces” no pasa por quebrar el
rumbo seguido por el país. No se puede
olvidar que fue en el gobierno de su tío, Luis Alberto Monge, cuando el país
entró en la ruta del ajuste estructural.
Igualmente, algo tendrá que decir para atraer el voto de los sectores de
medianos y bajos ingresos: ¿cómo va a enfrentar la desigualdad y la pobreza?
¿Cómo va a mejorar realmente los servicios de educación y salud? ¿Cuál será su
política de empleo y salarios?
Y al
conjunto del país debe convencerlo de su capacidad para gobernar en tiempos
difíciles. Tantos años al frente de la
alcaldía josefina no lo acreditan suficientemente, sobre todo porque la ciudad
capital no ha experimentado una transformación global, más allá del núcleo
central, y muchos son los problemas que siguen sin solucionarse.
Por
ahora la oposición no constituye una amenaza, pero podría serlo en los próximos
meses.
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