En realidad no hay ninguna encuesta
Mitofsky sobre popularidad de presidentes y presidentas de América Latina. Es
decir, que la Consulta Mitofsky, que hace estudios de opinión diversos en
México y en otros países, algunos con resultados discutibles, no ha hecho una
consulta continental que permita ubicar, a partir de un solo instrumento de
medición, a mandatarios y mandatarias de acuerdo a las opiniones de muestras
nacionales. Se podría hacer, pero no se ha hecho.
Mitofsky lo que ha hecho es
comparar encuestas realizadas por diferentes firmas en 20 países de la región,
entre los meses de junio y setiembre de 2012. Para el caso costarricense ha
usado la encuesta de la firma UNIMER, de julio pasado. Según se lee en el
documento que se puede revisar en la página WEB de Mitofsky, “…aunque las
metodologías utilizadas en cada país pueden variar, es una excelente
oportunidad de ver en un solo documento el nivel que alcanza cada mandatario y
compararlos entre sí.” Asunto altamente discutible.
El hecho es que con esos datos han
realizado una clasificación en cinco niveles, ubicando en el nivel
sobresaliente a los presidentes Correa y Funes, de Ecuador y El Salvador
respectivamente, hasta llegar al nivel de evaluación muy baja, en donde se
colocan Federico Franco, de Paraguay; Porfirio Lobo, de Honduras; y Laura
Chinchilla, en el último lugar, con el 13% de aprobación, según los resultados
de la mencionada encuesta de UNIMER.
No es posible discutir, como lo
intentaron hacer algunos funcionarios de gobierno, por qué a Correa lo evalúan
tan alto los ecuatorianos, o por qué Cháves y Ortega también están en lugares
destacados. Los nacionales de cada país sabrán por qué les colocan en esos
niveles de popularidad local. Como se acostumbra a decir, cada cual sabe dónde
le aprieta el zapato.
El hecho es que ticos y ticas
valoran mal la gestión de doña Laura y parece que la situación no va a cambiar
en el transcurso de los meses que le quedan, porque ya se ha establecido un
patrón de evaluación ciudadana y porque, por mejores políticas de comunicación
que se diseñen, se siguen cometiendo errores que consolidan la mala imagen
conseguida. Por ejemplo, las contradicciones que se han dado alrededor de los
mentados ocho millones de dólares donados por China, supuestamente para ser
aplicados en lo que el gobierno dispusiera –por lo menos así se anunció
inicialmente—pero que en realidad eran para la Escuela de Policía, no ayudan a
mejorar la apreciación ciudadana. Proyectan una imagen de impericia y
precipitación en el manejo del asunto.
La mejor política de comunicación
es hablar con la verdad, admitir los errores cuando se cometen, asumir las
responsabilidades que corresponden, debatir abiertamente los problemas y las
diferencias de criterio, y predicar con el ejemplo. Si poco o nada de eso
existe, los diseños sofisticados de políticas tendrán escasos efectos en la
opinión pública.
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