En los comentarios futboleros es frecuente escuchar que un equipo perdió el partido porque el otro equipo se adueñó de la media cancha o porque no tiene media cancha. Es decir, que perdió esa especie de zona de transición, donde se rompen los ataques del contendiente y donde se arman las jugadas ofensivas. Sin media cancha se pierde la conexión entre ataque y defensa.
Algo parecido está sucediendo en la
política costarricense, con el agravante de que no es un equipo, en este caso
un partido, el que la perdió, sino el conjunto de ellos. Lo que quiero decir es
que el juego político se ha convertido en una confrontación entre atacantes y
defensores, pelotazo va y pelotazo viene, sin posibilidad de encontrarse en una
zona intermedia en la cual negociar asuntos abiertamente, en la búsqueda de
acuerdos mínimos que favorezcan al conjunto de la sociedad. Claro que no todo
se puede negociar.
La política es una cancha, para
seguir con el lenguaje futbolero, en la que se desarrollan relaciones
antagónicas entre partidos que representan sectores particulares de la sociedad
o, en el mejor de los casos, visiones de mundo diferentes. Unos y otros
intentan avanzar sus proyectos mediante el control de las instituciones del
estado, en confrontación abierta con los enemigos, es decir, con los oponentes
que, como alguien lo señaló hace mucho tiempo, no necesariamente tienen que ser
malos, feos, sinvergüenzas o corruptos. Son simplemente oponentes a los que hay
que combatir pero no suprimir, porque la política no es un juego de suma cero,
donde el que gana se lleva todo y el que pierde se queda sin nada e incluso
puede perder hasta la vida. Claro, cuando se llega a esos extremos o hay
posibilidad de que se llegue a ellos, pues ya no estamos hablando precisamente
de democracia.
Esta falta de media cancha política
se siente también dentro de los partidos, donde los enfrentamientos internos
amenazan la perspectiva de mediano y largo plazo, es decir, el logro del
ejercicio del poder político para empujar el proyecto de sociedad que
supuestamente se comparte. Digo supuestamente, porque tampoco logro identificar
claramente proyectos partidarios de largo aliento, en la mayoría de los
partidos.
Las luchas que se libran buscan el predominio de proyectos que, si
los limpiamos de la palabrería decorativa, son simplemente puros deseos de
ejercicio del poder, para disfrutar de sus mieles, sin que importen realmente
las demandas del electorado que intentan movilizar. Incluso hay hasta indicios
de juegos internos suma cero, de contendientes que se sienten dueños de la
pelota y que amenazan con llevársela a otro lado. En esas circunstancias, la
posibilidad de armar coaliciones es prácticamente nula.
Este es el panorama que logro
avistar a unos dieciocho meses, aproximadamente, de las elecciones de 2014.
Hasta aquí mi comentario político futbolero de esta semana.
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