Mercedes Sosa In Memoriam
El pasado fin de semana estuve escuchando “Cantora”, un CD doble, que supongo fue la última producción discográfica de esta extraordinaria mujer. Es un recorrido por lo mejor de sus canciones, y una exploración de nuevas, acompañada por una pléyade de cantantes como Joan Manuel Serrat, Shakira, Diego Torres, Julieta Venegas, Franco de Vita, Jorge Drexler, Caetano Veloso, Julieta Venegas, Diego Torres, Pedro Aznar, León Gieco, Joaquín Sabina, Fito Páez, Charly García, Daniela Mercury, Valeria Lynch, Gustavo Cerati y Vicentico, entre otros.
Oigo las canciones con una mezcla de admiración, ternura y “saudade”. Seguramente porque soy de una generación de latinoamericanos cuyos sueños fueron en buena parte alimentados por artistas como Mercedes. Por eso su muerte la vivimos como otra mutilación del paisaje; como enorme agujero que se abre y que no se puede reparar. Al llegar a cierta etapa de la vida uno empieza a vivir las muertes de quienes ha querido o de quienes han significado algo en nuestro caminar, como la caída de árboles en el horizonte personal, que se ve así amenazando de convertirse una monótona línea horizontal, algo así como el comienzo de un desierto.
Ciertamente, unos se van y otros aparecen, árboles jóvenes, pero como dice una antigua canción de María Elena Walsh, “Cuando un amigo se va nadie nos devolverá todo el corazón que le prestamos, tanta compartida soledad.” Y la negra Sosa es una amiga querida que se nos fue y que nadie nos la devolverá.
Por supuesto que lo de “querida amiga” es figurado, porque mi relación personal con ella fue fugaz, efímera, pero suficiente, vista ahora a la distancia. La mayoría de las veces que vino a Costa Rica, fui con Ligia a escucharla. Pero solamente una vez pudimos conversar con ella. Fue una noche después de un concierto en el Teatro Nacional, en un asado organizado por Dante Polimeni, otro árbol que cayó y que seguro algunas de las personas que me lean recordarán como un extraordinario amigo y librero, dueño de la desaparecida Librería Macondo, al frente de la Biblioteca Carlos Monge, de la UCR.
Dante sí era amigo de Mercedes. Esa noche invitó a un pequeño grupo a una casa en Colonia del Río, en Guadalupe. Ahí nos sentamos en círculo en una terraza, a conversar con Mercedes, un “monstruo musical” en el escenario, pero una cálida y sencilla mujer en las relaciones interpersonales. Al menos esa fue la sensación que me quedó. Perdida en los vericuetos de la memoria estará lo que conversamos. Solamente retengo un fragmento: Mercedes nos comentaba sobre sus conciertos en Japón, impresionada por la devoción con la escuchaban los japoneses y la calidez de sus aplausos. Mientras cantaba, nos dijo, se preguntaba sobre lo que podrían estar sintiendo aquellos públicos que no entendían nada de español. Seguro que no entendían nada, pero sí sentían la emoción que prodigaba Mercedes en el escenario.
Ahora escucho, del primer CD que les comentaba, “La Maza”, de Silvio Rodríguez, interpretada junto con Shakira. Sin restarle méritos a Silvio, por supuesto, la interpretación de estas dos mujeres me transmite una gran emoción e inevitablemente me hace reflexionar sobre el sentido de lo que uno hace, porque sin creencias firmes, sin sueños de una sociedad diferente, más equitativa y tolerante, como dice la letra, “Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera, qué cosa fuera la maza sin cantera. Un testaferro del traidor de los aplausos, un servidor de pasado en copa nueva, un eternizador de dioses del ocaso, júbilo hervido con trapo y lentejuela. ¿Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera?”
¡Si no creyera en lo que creo...! Pero mejor escuchen el mensaje de Silvio, a estas dos mujeres y piensen...
http://www.youtube.com/watch?v=zXBze4zysYk
Precioso. Manuel.
ResponderEliminarSentimientos compartidos.