En noviembre de 1989 el Muro de Berlín no resistió la presión popular y se derrumbó, dando paso al proceso de reunificación alemana. Poco después la Unión Soviética se desintegró y toda una etapa de la historia de la humanidad quedó atrás. No pocos ilusos pregonaron “el fin de la historia” y el inicio de una era de paz, democracia y prosperidad, marcada por un capitalismo victorioso. Veinticinco años después es evidente que nada de eso se cumplió y que el mundo sigue tan o más complicado que entonces.
Nuevos bloques de poder económico y político emergieron, las guerras no han cesado, las crisis económicas se han incrementado, la pobreza y la desigualdad siguen imperando, y el exterminio de poblaciones y la violación de derechos humanos siguen ocurriendo ante nuestros ojos, que han ido perdiendo la capacidad de asombro ante tanta injusticia e inequidad.
Desapareció el Muro de Berlín, de 45 kilómetros de longitud, pero otros muros físicos y mentales se han construido. En el medio oriente, en junio de 2002 el gobierno israelí aprobó la construcción de un muro que segrega los territorios ocupados por la Autoridad Palestina, de más de 700 kilómetros de longitud y 9 metros de alto. La zona de Gaza, convertida en un gueto, está rodeada por un muro de 51 kilómetros, que la aísla del resto del mundo, porque la franja marítima está fuertemente custodiada por la armada israelí, que impide cualquier intento de acceso por esta vía. Para peores la invade cuando le viene en gana, sin que la comunidad internacional lo impida.
Estados Unidos ha construido un muro en la frontera con México, que se estima alcanzará una longitud de 1.125 kilómetros. De esa forma esperan controlar la emigración mexicana y centroamericana que continua fluyendo hacia el norte en busca de mejores condiciones de vida. Búsqueda que termina abruptamente para muchos de ellos, víctimas de la violencia que se ha instaurado en casi todo el territorio mexicano. Para otros el sueño americano se hace añicos al llegar a una sociedad que les explota económicamente y les discrimina social y culturalmente.
Pero en el mundo hay muchos muros y vallas más, no por menos conocidos menos importantes, en Europa, Asia y África. Paradójicamente, en tiempos de globalización, cuando se postula la apertura comercial y la internet se extiende hasta lo profundo de las selvas africanas y las desoladas estepas del norte, la libre y digna circulación de personas se impide o se dificulta en muchas partes del planeta.
Veinticinco años después de la caída del Muro, las vallas y los muros de la intolerancia y la intransigencia entre naciones y entre personas no solamente se mantienen, sino que se han incrementado. Los conflictos de índole religiosa o étnica pululan y miles y miles de personas mueren por su causa, precisamente en momentos en que los flujos de información no tienen parangón en la historia de la humanidad. ¿Por qué no sirven para hacernos mejores seres humanos?
Nuevos bloques de poder económico y político emergieron, las guerras no han cesado, las crisis económicas se han incrementado, la pobreza y la desigualdad siguen imperando, y el exterminio de poblaciones y la violación de derechos humanos siguen ocurriendo ante nuestros ojos, que han ido perdiendo la capacidad de asombro ante tanta injusticia e inequidad.
Desapareció el Muro de Berlín, de 45 kilómetros de longitud, pero otros muros físicos y mentales se han construido. En el medio oriente, en junio de 2002 el gobierno israelí aprobó la construcción de un muro que segrega los territorios ocupados por la Autoridad Palestina, de más de 700 kilómetros de longitud y 9 metros de alto. La zona de Gaza, convertida en un gueto, está rodeada por un muro de 51 kilómetros, que la aísla del resto del mundo, porque la franja marítima está fuertemente custodiada por la armada israelí, que impide cualquier intento de acceso por esta vía. Para peores la invade cuando le viene en gana, sin que la comunidad internacional lo impida.
Estados Unidos ha construido un muro en la frontera con México, que se estima alcanzará una longitud de 1.125 kilómetros. De esa forma esperan controlar la emigración mexicana y centroamericana que continua fluyendo hacia el norte en busca de mejores condiciones de vida. Búsqueda que termina abruptamente para muchos de ellos, víctimas de la violencia que se ha instaurado en casi todo el territorio mexicano. Para otros el sueño americano se hace añicos al llegar a una sociedad que les explota económicamente y les discrimina social y culturalmente.
Pero en el mundo hay muchos muros y vallas más, no por menos conocidos menos importantes, en Europa, Asia y África. Paradójicamente, en tiempos de globalización, cuando se postula la apertura comercial y la internet se extiende hasta lo profundo de las selvas africanas y las desoladas estepas del norte, la libre y digna circulación de personas se impide o se dificulta en muchas partes del planeta.
Veinticinco años después de la caída del Muro, las vallas y los muros de la intolerancia y la intransigencia entre naciones y entre personas no solamente se mantienen, sino que se han incrementado. Los conflictos de índole religiosa o étnica pululan y miles y miles de personas mueren por su causa, precisamente en momentos en que los flujos de información no tienen parangón en la historia de la humanidad. ¿Por qué no sirven para hacernos mejores seres humanos?
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