lunes, 22 de diciembre de 2014

Todo cambia

"Cambia, todo cambia", es el estribillo que se repite una y otra vez en la hermosa interpretación que hace Mercedes Sosa de la canción de Julio Numhauser. Una bella forma de recordarnos lo que vivimos cotidianamente, pero que muchas veces negamos, aunque sea parcialmente. Ni modo, no podemos negar que envejecemos; tampoco que el paisaje cambia; ni las variaciones del clima. A la fuerza tenemos que adaptarnos a esas transformaciones; pero en las ideas somos reacios al cambio.

Permanecemos prisioneros de planteamientos y creencias que pensamos inmutables. Tenía razón el gran historiador francés Fernand Braudel, cuando afirmaba que "Las ideas son cárceles de larga duración"; pero agregaba que "no es indispensable que permanezcamos todo el tiempo en dichas cárceles". Es decir, que tenemos la libertad para salirnos, pero no lo hacemos por ignorancia, terquedad o conveniencia; o por una combinación de los tres factores. Resultado: el presente se nos va convirtiendo en una entelequia; en algo incomprensible, que termina por aislarnos de la realidad del mundo que nos rodea. Eso le pasa a las personas viejas, pero no necesariamente a las que tienen mayor edad, porque hay viejos de 20, 30 y 40 años. Y hay jóvenes de setenta y más años.

Acontecimientos de los últimos días recuerdan dramáticamente la realidad del cambio y la imposibilidad de comprensión para muchas personas. Mientras que en Costa Rica ciertos sectores reaccionaban histéricamente ante el levantamiento del veto a la ley que reforma el Código Procesal Laboral, acusando al gobierno de abrirle las puertas al "comunichavismo", Obama ponía fin al último resabio que quedaba de la "guerra fría" en este lado del mundo. El restablecimiento de las relaciones con Cuba debe haber sido un golpe duro para quienes permanecen encarcelados en viejas ideas y concepciones del mundo.

La decisión de Obama no es un mero acto de voluntarismo; la toma porque hay un clima ciudadano que le permite hacerlo. Los resultados de encuestas realizadas en los Estados Unidos y en Florida, un Estado con una comunidad de origen cubano de considerable influencia política, le indicaban que la decisión iba a levantar mucho menos polvo del que se pensaba, como en efecto parece haber sucedido. Como lo había dicho Hillary Clinton en su libro "Decisiones difíciles", el embargo a Cuba había dejado de ser funcional desde hace mucho tiempo y obstaculizaba las relaciones con una América Latina que ha cambiado mucho políticamente. Buena parte de los países cuentan con gobiernos de centro o centro izquierda, que no se pliegan fácilmente, como en el pasado, a los dictados de Washington.

Otros cambios: el Parlamento Europeo votó a favor del reconocimiento del Estado Palestino.  Ya lo habían hecho varios países miembros y parlamentos de esa región. Y en América Latina las FARC, en Colombia, decretaron un alto al fuego unilateral e indefinido.

¡El mundo se mueve y cambia! Buenos presagios para el 2015.


domingo, 14 de diciembre de 2014

El veto

Se alborotó el cotarro con el levantamiento del veto a la reforma procesal laboral. Fracasaron todos los intentos de negociación entre el gobierno y las fracciones legislativas en la búsqueda de una alternativa al punto muerto al que se había llegado. No le quedó al presidente Solís otro camino que proceder al levantamiento y afrontar las consecuencias políticas de ese acto, fundamentalmente la ruptura de la triple alianza PAC, FA y PUSC. Una ruptura que seguramente también se hubiera producido de no hacerlo. En otras palabras, que se llegó a una encrucijada y no quedaba más remedio que tomar una decisión.

Es bueno recordar que el Código Procesal Laboral fue aprobado en 2012, con el voto de 40 diputados de diferentes partidos políticos, después de ocho años de discusión y de una negociación que en su momento fue señalada como ejemplar, entre los sindicatos y la cúpula de la Unión Costarricense de Cámaras y Asociaciones de la Empresa Privada (UCAAEP), y que fue avalada por la entonces ministra de trabajo y bienestar social del gobierno anterior, Sandra Pisk. Lo positivo de la ley, la novedad que encierra, es el aligeramiento de los juicios laborales, que favorece principalmente a los trabajadores, porque se prolongan por años con la consiguiente inversión de elevados recursos que pocos pueden enfrentar.  Aparentemente sobre eso hubo acuerdo, aunque ciertamente, algunos de los sectores integrantes de la UCAAEP criticaron el arreglo al  que se había llegado.

El tema de las huelgas en los servicios esenciales de salud, educación, electricidad, etc., es el que ha despertado supuestamente la oposición de partidos y grupos empresariales, porque me temo que algunos de ellos no están para nada interesados en la aprobación de la ley en su conjunto. La ley procura reglamentar dichas huelgas, que se siguen realizando a pesar de la prohibición constitucional existente. Ciertamente, este es un punto delicado, porque los trabajadores tienen derecho a huelga, pero esos movimientos huelguísticos afectan a terceros, es decir, a los usuarios de los servicios públicos, que constituyen la mayoría ciudadana.

No creo que la prohibición total de las huelgas en esos servicios sea la solución del problema. Las quejas o demandas de los trabajadores no pueden eliminarse de golpe y porrazo, so pena de dejarles en una situación de indefensión frente a probables abusos de gobiernos o jerarquías institucionales. La huelgas se seguirán produciendo, como ha ocurrido hasta ahora, porque como en alguna ocasión lo señalara don Pepe Figueres, las huelgas no son ni legales ni ilegales, son simplemente huelgas. Lo adecuado entonces es su reglamentación, para que la protesta justificada o no, se produzca con el menor daño posible a terceros, sean estos pacientes, estudiantes o empresarios.


Es una lástima que sobre este último punto no se hubiera podido llegar a un acuerdo razonable entre gobierno, partidos y sectores sociales y empresariales.

martes, 9 de diciembre de 2014

El huevo o la gallina

Las discusiones sobre las finanzas públicas, como lo hemos señalado varias veces, no rebasan en la mayoría de los casos el nivel de pulpería. Dicho esto con todo respeto para los propietarios de esos establecimientos, por cierto hoy casi desaparecidos del territorio nacional o bien reciclados por laboriosos emigrantes como "minimarkets".

Es la mala filosofía que solamente se puede gastar lo que se recauda. Si se incumple con ese precepto inevitablemente caeremos en la bancarrota. Y también está prohibido cualquier intento de elevación de impuestos, sobre todo al capital, so pena de asustarlo indebidamente. Se reclama la falta de inversión pública en servicios esenciales, que se atribuye al elevado gasto gubernamental en salarios, pensiones y demás, y se insiste en que todo se resolvería con tijeretazos a diestra y siniestra, sin ton ni son, porque el déficit ha alcanzado niveles inaceptables para la economía del país.

Por supuesto que no se hacen distinciones entre gastos e inversiones, y entre endeudamiento para enfrentar el gasto corriente y el endeudamiento productivo a mediano y largo plazo. No se discute, además, con base en un programa de desarrollo nacional, con metas claramente establecidas en educación, salud, infraestructura vial y modernización de aeropuertos y puertos. Cuando se osa hablar de reformar la estructura impositiva, abundan los que se paran en la escoba, haciendo  oposición cerrada a cualquier proyecto que lleve esa intención. O, en el mejor de los casos, se condiciona la aprobación de iniciativas con esos fines a la disminución del gasto del gobierno y las instituciones públicas, y al mejoramiento de su eficiencia.

¿Qué es lo primero: los impuestos o la transformación de la institucionalidad pública? ¿El huevo o la gallina? Condicionar una cosa a la otra es dar vueltas en círculo; ambas son igualmente necesarias y se debería avanzar en su logro simultáneamente. Es cierto que hay un problema de eficiencia en el funcionamiento institucional y de capacidad de gestión, aun cuando se disponga de recursos, como sucede con algunos préstamos. Y también hay gasto innecesario; pero igualmente  cierto es que muchas instituciones fueron colocadas en la fila de las posibles privatizaciones y vieron por tanto cercenados sus recursos. Como aquella ocurrió a medias, se quedaron en una especie de limbo: cargadas de funcionarios y trabajadores, pero carentes de presupuesto operativo. Otras vieron crecer sus planillas innecesariamente, por razones políticas.


En resumen, gobiernos van y vienen, cada vez con menos recursos para inversión, postergando una y otra vez las tareas urgentes que el país necesita realizar en la economía y el bienestar social. Dos intentos de reforma tributaria se han realizado en lo que va del siglo. Ambos fracasaron porque fueron torpedeados por quienes se benefician con la situación actual. ¿Por cuánto tiempo más se podrá impedir una reforma tributaria?

lunes, 1 de diciembre de 2014

Entre muros andamos

En noviembre de 1989 el Muro de Berlín no resistió la presión popular y se derrumbó, dando paso al proceso de reunificación alemana. Poco después la Unión Soviética se desintegró y toda una etapa de la historia de la humanidad quedó atrás. No pocos ilusos pregonaron “el fin de la historia” y el inicio de una era de paz, democracia y prosperidad, marcada por un capitalismo victorioso. Veinticinco años después es evidente que nada de eso se cumplió y que el mundo sigue tan o más complicado que entonces.

Nuevos bloques de poder económico y político emergieron, las guerras no han cesado, las crisis económicas se han incrementado, la pobreza y la desigualdad siguen imperando, y el exterminio de poblaciones y la violación de derechos humanos siguen ocurriendo ante nuestros ojos, que han ido perdiendo la capacidad de asombro ante tanta injusticia e inequidad.

Desapareció el Muro de Berlín, de 45 kilómetros de longitud, pero otros muros físicos y mentales se han construido. En el medio oriente, en junio de 2002 el gobierno israelí aprobó la construcción de un muro que segrega los territorios ocupados por la Autoridad Palestina, de más de 700 kilómetros de longitud y 9 metros de alto. La zona de Gaza, convertida en un gueto, está rodeada por un muro de 51 kilómetros, que la aísla del resto del mundo, porque la franja marítima está fuertemente custodiada por la armada israelí, que impide cualquier intento de acceso por esta vía. Para peores la invade cuando le viene en gana, sin que la comunidad internacional lo impida.

Estados Unidos ha construido un muro en la frontera con México, que se estima alcanzará una longitud de 1.125 kilómetros. De esa forma esperan controlar la emigración mexicana y centroamericana que continua fluyendo hacia el norte en busca de mejores condiciones de vida. Búsqueda que termina abruptamente para muchos de ellos, víctimas de la violencia que se ha instaurado en casi todo el territorio mexicano. Para otros el sueño americano se hace añicos al llegar a una sociedad que les explota económicamente y les discrimina social y culturalmente.

Pero en el mundo hay muchos muros y vallas más, no por menos conocidos menos importantes, en Europa, Asia y África. Paradójicamente, en tiempos de globalización, cuando se postula la apertura comercial y la internet se extiende hasta lo profundo de las selvas africanas y las desoladas estepas del norte, la libre y digna circulación de personas se impide o se dificulta en muchas partes del planeta.

Veinticinco años después de la caída del Muro, las vallas y los muros de la intolerancia y la intransigencia entre naciones y entre personas no solamente se mantienen, sino que se han incrementado. Los conflictos de índole religiosa o étnica pululan y miles y miles de personas mueren por su causa, precisamente en momentos en que los flujos de información no tienen parangón en la historia de la humanidad. ¿Por qué no sirven para hacernos mejores seres humanos?